viernes, febrero 26, 2016

MERCENARIAS DE AFRODITA IV

"Las personas felices no tienen historia." 
Simone de Beauvoir







IV
Estábamos muy entretenidos, como buenos hombres no reparamos en las formalidades de una presentación pero llegó el momento en el que tuve que darles un nombre o sobrenombre, me identifiqué solamente como Vargas, al escucharme el vocalista de Los ya merito me dijo que ese era su apellido, una coincidencia agradable, en lo personal de niño pensaba que todos los Vargas tendríamos que unirnos y ayudarnos entre nosotros, en realidad era una idea de chamaquito impulsada por mi admiración a grandes personajes del mundo del espectáculo e intelectual nacional e internacional; Chabela Vargas, Pedro Vargas, Vargas Llosa, el Mariachi Vargas, Gaby Vargas, Ximena y Larissa Vargas, Iñaki Vargas, Lalo Vargas, etc.

“El Borrego” Montalvo -bajista de la banda- servía otra ronda de tequilas y no hablaba mucho, prefería beber que perder el tiempo con la verborrea que el tocayo y yo habíamos agarrado.

-Así que también eres Vargas- le dije a mi nuevo amigo.

-Y también soy muy verga cuando me pongo vivo- dijo mientras los tres soltábamos una gran carcajada.

-¿Acaso eres del Jalpa?

-No, yo soy del meritito centro…

-¿De la república?- me adelanté a decir.

-No…del estado- respondió provocando más risas.  

Supongo que cuando eres pequeño tienes una necesidad de pertenencia por eso me gustaba creer que todos los Vargas éramos familia, ser Vargas siempre me ha gustado, suena bien, sin embargo con los años aprendí que un apellido no es precisamente una garantía de parentesco familiar, durante la historia del mundo han existido personajes que fueron adoptados, reconocidos y no reconocidos por sus padres que no solamente les negaron su amor y manutención sino también su apellido, un tiempo estuve obsesionado con el escudo de armas de la familia, una banalidad muy europea, finalmente entendí y desee ser más indígena que mestizo porque en el pueblo indígena reside la cosmogonía que nos identifica como mexicanos, me tocó ser mestizo pero con alma de nativo, ahora sé que con mis actos es que puedo crear mi familia, mi clan, mi legado y mi propio linaje y que las personas que yo elija pertenecerían a el sin necesidad de provenir de una familia de alcurnia, y así hubiese seguido desvariando pero un perfume conocido me regresó a la realidad, mi clienta había arribado a la mesa, desafortunadamente para mi ahora lucía una bata de seda roja muy linda, estaba tratando de recordar sus bellos pechos que tan solo hacía unos minutos habían estado a merced de la gravedad, y gracias a esa exquisita tela de la bata pude observar que seguían así y que además ella tenía frio.

-Caballeros, ¿me invitan una copa?- preguntó aquella bella mujer mientras yo me ponía de pie y le ofrecía asiento en nuestra mesa.

-Por su puesto guapa, Borrego sírvele a la Mercenaria una copa- le dijo el tocayo a su compañero mientras se ponía de pie, una vez servido el tequila ambos se retiraron con la promesa de volver a chocar copas y continuar la charla, al parecer no querían hacer mal cuarto.

-Que bonito baila señorita…

-Amalia, Amalia Guadalupe- no me dijo apellido, con una “Lupita” así si me vuelvo creyente –pensé-.

La miraba hipnotizado y estoy seguro que ella lo sabía, me empezaba a sentir mareado esos tragos con los Ya merito me estaban comenzando a pasar factura, los años y poca pericia para beber me hacían presa fácil del alcohol, necesitaba comer algo para contrarrestar esa cantidad de líquido en mi torrente sanguíneo así que levanté mi mano como cuando en la escuela querías pedir la palabra a la maestra y el mesero inmediatamente se acercó hasta la mesa, le ordené algo comer, mientras Amalia se tomaba su tequila de a sorbitos, seguramente ella no se embriagaría como yo, sentía curiosidad por cómo una chica tan linda como ella había terminado bailando casi desnuda en un lugar así.

-Te preguntarás como terminé aquí- dijo de pronto rompiendo el silencio.

-No guapa como crees, eso es algo que no debería siquiera interesarme, todos tenemos nuestras razones, no es bueno juzgar sin saber ni conocer nada de las personas, se corre el riesgo de crear historias que no son ciertas- me sentí culpable mientras le decía eso.
-¿Te gustaría conocer mi historia?

-Soy todo oídos- le contesté.

-Te advierto que es una historia algo trillada, nada nuevo, se trata de una niña, la mayor de tres hermanos, hijos de un militar retirado que en lugar de ser un padre para sus hijos pensaba que estos eran una extensión de su tropas en el ejército, un hombre tan especial que le gustaba ningunear a su esposa y pavonearse con sus amantes, eso hacía que la relación con hija mayor se volviera pesada lo que en realidad pasaba es que eran muy parecidos, a pesar de ser mujer lo enfrentaba como el varón mayor de la familia, discutían todo el tiempo pero de alguna manera esta chica era el orgullo de su padre, la naturaleza fue generosa con ella, a los doce años sus atributos se dejaban ver a simple vista –se abre un poco la bata y deja ver sus voluptuosos pechos- cuando se tiene un par de estas nenas es difícil pasa desapercibido para los hombres, los chicos de mi edad me tenían miedo, les traía pero a la vez se sentían intimidados por mi carácter, en una ocasión un primo mayor que yo se aprovechó de mí, me tocó me sentí aterrada, sucia, culpable, adiós inocencia, hay cosas que te marcan en tu comportamiento, algunas chicas se vuelven más abiertas otras se aterran, yo fui de las segundas, empecé a relacionarme con chicos mayores, a ellos les atraía mi cuerpo y a mí no me interesaba andar con “niños”.

Cuando tuve la oportunidad me dediqué a mi pasión, durante la universidad tuve un novio que estuvo perdido y locamente enamorado de mí, él quería ser el padre de mis hijos, yo, yo no sé lo que quería pero sí sabía lo que no quería, y lo que no quería, en ese momento, era convertirme en madre, aún  no terminaba la universidad y el baile me estaba dando muchas satisfacciones, dejé correr el tiempo pasaron los años, mi novio se convirtió en mi prometido vivimos juntos y cuando me vine a dar cuenta había escapado del yugo pero me había ido a refugiar con hombre que ya no quería una novia sino una esposa, no estaba preparada, lo dejé varias veces, me buscaba y suplicaba que regresara con él, volvíamos a intentarlo pero mi meta en ese entonces era graduarme, demostrarle a mi padre que yo era autosuficiente, que no necesitaba su ayuda ni su dinero, que no había salido de la casa por “haberme comido la torta antes del recreo”, mi orgullo estaba en juego, era una lucha de egos, de ver quién tenía la razón si mi padre o yo.

  Con el tiempo mi prometido me entregó anillo de compromiso, es la ilusión de toda mujer, las cosas no estaban bien del todo con él y de pronto un día se cansó de esperar, me pasó lo de la canción de Jose Alfredo, se cansó de rogarme, se cansó de decir que él sin mí no podía vivir y una noche antes de dormir me dijo que rompería el compromiso, sentí algo horrible, lo primero que una mujer piensa que cuando algo así ocurre es porque seguramente hay una mujer más de por medio, desgraciadamente yo sabía que no era el caso, ese hombre no tenía ojos para nadie más, besaba el piso por donde caminaba pero un día ya no pudo más, se desvivió de amor por mi durante cinco largos años y yo no hice más que pensar en mí, me dejó el anillo de compromiso como recuerdo –miro la mano de Amalia y aún lo usa- terminé mi carrera, dejé de verlo, no volví a saber de él, le gané el pleito de egos a mi padre porque ya estaba titulada, soltera, sin hijos y con un pequeño diamante como recuerdo de un gran amor y sin nadie que cuidara de mí.

Viajé a la capital me dediqué al baile folclórico, me seguí preparando, tomé un par de malas decisiones, me quedé sin nada, vi un anuncio donde requerían bailarinas, adicioné para ser una Mercenaria de Afrodita y aquí estoy, hecha casi una nudista que baila para vivir, aunque por dentro haya muerto hace un largo rato –me regaló una sonrisa mientras una lagrima resbalaba por su mejilla-.

Me atreví a limpiarle esa lágrima, estaba conmovido, nuevamente tenía frente a mí a una damisela en peligro, ya me lo había advertido mi psicóloga, tienes el síndrome del caballero de armadura reluciente que va en rescate de la chica en peligro, ese era mi pinche maña, no podía saber que una nalguita así de buena tenía problemas porque ya estaba yo de “cola pronta” -como decía mi tía- tratando de resolver el problema de la chica en turno, era como inevitable, posiblemente una amiga mía me bautizaría con “San Varguitas: protector de damiselas en peligro y putas depresivas”.

Una prima mía era más ruda y me acusaba de “solo querer pasarle el tractor” a esas mujeres, lo cierto era que cada historia me conmovía mucho y terminaba metiéndome en miles de problemas y si en el proceso se abrían las puertas del cielo pues ¿quién era yo para negarme a entrar?

-Cómo ves detective, soy patética ¿verdad?

-No creo guapa, lo que si te puedo decir es que hay que tratar de aprender de los errores y pues si no te gusta estar aquí déjalo, eres talentosa y muy atractiva, seguramente encontrarás un buen trabajo allá afuera.

Ella comenzó a reír como si le hubiese contado un chiste, caí en cuenta que me había visto muy inocente, imaginé que en su ambiente el asunto era como la mafia, una vez que estás adentro posiblemente no se salía tan fácil.

-Eres un idealista detective, pero a ver, no seas tramposo ya te conté mi vida y tú no me has contado nada sobre ti.

-No hay nada interesante que contar, te voy a aburrir.

-Te gusta hacerte el interesante guapo.

-No es eso, lo que pasa es que soy un poco tímido- acabando de decirle esto vi que en su rostro de dibujó una expresión de preocupación, se puso de pie puso su mano sobre la mía y la apretó con fuerza.

-No voltees a ver, acaba de llegar un “admirador” el cual es muy celoso, no hagas ni digas nada tonto, él es el jefe de la policía local, es un hombre muy peligroso, déjame hablar a mí.

 En ese momento supe que las cosas se pondrían difíciles, la reinita tenía un “fan”, de inmediato pensé que probablemente era mucho más que eso, esa noche no tenía planeado morir allí, me mantuve inmóvil en mi silla, hasta la mesa llegó un hombre entrado en años, 60 años aproximadamente vestido de guayabera blanca con mangas largas y con un par de guarros detrás, Amalia lo saludó efusivamente y procedió a presentarnos.

-Sr. Eulogio permítame presentarle a…-el Sr. Eulogio levantó la mano haciendo un ademan que le indicaba a mi clienta guardar silencio, pensé que hasta allí había llegado.

-Este caballero no necesita presentación, sé perfectamente quién es, ¡se trata nada más y nada menos que mi escritor favorito!, el Sr. Vargas- no era posible, me habían descubierto, el tipo estrechó mi mano, me quedé mudo, en ese momento el Sr. Eulogio chasqueó sus dedos e inmediatamente uno de sus guarros le pasó un ejemplar de mi libro “El Hombre Muerte y Otros Relatos”, en la contra portada venía mi fotografía,  Amalia me miraba visiblemente afectada, yo solamente pude guiñarle un ojo esperando que entendiera mi mensaje. 

Continuará...

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