viernes, septiembre 30, 2016

HARAKIRI: EL HOMBRE DEL COSTAL

"Todos ven lo que tú aparentas; pocos advierten lo que eres."

-Nicolás Maquiavelo




Lo vi caminando por la banqueta de la colonia, todo harapiento, descalzo, cargando a cuestas como 5 costales de diferentes tamaños, al parecer no eran muy pesados, su cabello enmarañado dejaba ver que posiblemente ya habían pasado muchos días desde que el agua y el jabón no tocaban su humanidad y ya ni qué decir del olor que despedía.

A diario, casi a la misma hora tomaba el mismo rumbo, supuse que era paso obligado para llegar a donde vivía, si es que tenía casa, al observarlo me pregunta cómo es que le hacía para caminar tanto descalzo, entonces me hice el propósito de que la siguiente vez que lograra verlo le obsequiaría unas chanclitas para que, de perdis, protegiera sus pies de las piedras del camino.

Lo estuve “cazando” una tarde de viernes y no tuve suerte, el sábado y domingo hice los mimo pero tampoco pude verlo, pero el lunes de la siguiente semana, mientras iba llegando de la oficina, lo vi acercarse a lo lejos, me di prisa y entré a la casa para buscar algunos pantalones y sandalias que había planeado regalarle.

Entré corriendo a la casa para que no se me fuera a ir “el hombre del costal” y afortunadamente pude darle alcance, le llamé, le grité: -¡señor!, él se detuvo y volteó a ver quién le gritaba con tanta insistencia, me acerqué corriendo con una bolsa en mi mano, mientras recuperaba el aliento le indique que nos sentáramos en una de las bancas del parque de la colonia pues estábamos cerca, me presenté le dije mi nombre, Mario Pérez Jimenez, el me regalo una sonrisa y se presente como “el hombre del costal” y me extendió su mano que sin miramientos estreché, cuando estaba a punto de explicarle la razón por la cual lo había abordado escuché sonar un teléfono, busqué entre mis ropas para saber si se trataba de mi teléfono celular pero recordé que lo había dejado en el auto y entonces “el hombre del costal” comenzó a revisar sus costales hasta que vi como extraía de uno de ellos un celular, pero no cualquier celular, se trataba de un Iphon 7 al mismo tiempo que con la mano desocupada me hacía una señal para que le permitiera un momento mientras contestaba su llamada, estaba completamente asombrado, pensé que se trataba de una broma o algo así, no daba crédito a lo que ve estaba viendo.

“Si buenas tardes, habla “el hombre del costal”, ¿en qué puedo servirle?...mañana…no sé, dígame como a qué hora le gustaría que pasara…si más que nada es para que haga mi itinerario y no le quede mal…así que no quiere comerse las verduras…perfecto, mire lo que puedo hacer por usted mientras tanto es enviarle una foto para ayudarle un poco esta tarde, aprovecharé para hacerle llegar los datos de mi cuenta por concepto de mis honorarios, no se preocupe, será un placer…byeee.

No entendía nada de nada, el hombre del costal guardó de nuevo su teléfono y se volvió hacia mi pidiéndome disculpas por la interrupción y en ese momento miré mi bolsa con lo que quería regalarle, cuando intenté articular palabra alguna nuevamente sonó el celular y el hombre del costal me volvió a pedir que le permitiera un momento mientras contestaba la llamada; “si, diga, el hombre del costal a sus órdenes…que Pablito no quiere hacer tarea, no se preocupe señora…comuníquemelo por favor…”-en ese momento cambió el tono de su voz a una más grave y aterradora y le dijo a Pablito- “si no haces a tarea Pablito, pasaré por ti esta tarde y te llevaré conmigo, obedece a tu madre si no quieres que pase por ti”; entonces comencé a comprender o por lo menos a deducir qué era lo que estaba sucediendo, el hombre del costal volvió a guardar su teléfono en uno de sus costales y me dijo: “-Ahora sí amigo dime, ¿qué puedo hacer por ti?”, yo ya no sabía si entregarle la bolsa con las cosas que había planeado regalarle, él miró mis manos y me preguntó si aquello era para él, asentí y le entregué la bolsa, en seguido husmeó la bolsa y sonrió, me gradeció el detalle y me dijo que estaba muy agradecido, entonces le pregunté qué había sido todo eso que acababa de observar, me dijo que se trataba de algunas “clientas”, madres de familia desesperadas porque sus hijos no querían comer, hacer sus tareas, dormirse temprano o simplemente se portaban mal entonces recurrían a él: “El hombre del costal.”

Mientras me contaba comenzó a buscar en uno de sus costales algo, después de hurgar un poco sacó de allí una cajita metálica de la cual extrajo un cigarrillo y un encendedor, me ofreció uno, agradecí el detalle y para que no se sintiera ofendido tomé un pitillo, me ofreció fuego y encendí mi tabaco no sin antes toser copiosamente ya que en realidad no sabía fumar, el hombre del costal le dio una calada a su cigarro y se acomodó en aquella dura baca de concreto del parque, suspiró y me relató su historia.

“Sé que lo de be estar pensando joven, pero déjeme decirle que no siempre fui el hombre del costal, antes de verme así todo harapiento yo era un oficinista en una importante empresa, entraba a las siete de la mañana todos los días, descansaba los fines de semana, tenía un jefe mamón y el jefe de mi jefe también era mamón, ellos decían ser muy buenos trabajadores pero lo único que sabían era dar órdenes, se hacían tontos con horarios quebrados de oficina cuando en realidad las tardes las usaban para mirar por internet lo que aún no tenían u deseaban comprar, me harte de todo ese ambiente donde me sentía frustrado y miserable, aquí donde me ve yo fui a la universidad, estudié una carrera, sin llegar a ser pretencioso quiero decirle que era buen trabajador y con muy buenas ideas, pero en mi trabajo nadie apreciaba eso, eran los jefes los que se llevaban las felicitaciones y uno simplemente las regañadas, estaba harto, entonces decidí un día mandar a todos al diablo y renuncié, a partir de ese momento mi vida cambió. No le voy a negar que pasé hambre y frio pero andando después de algunos meses sin bañarme, afeitarme ni cortarme el cabello me encontraba buscando comida dentro de un costal en la parte trasera de un restaurante cuando de repente una señora salió regañando a su hijo pequeño porque no había comido bien, entonces al ver que el niño no le ponía atención se le hizo fácil señalarme y decirle a su hijo que yo era el hombre del costal y que me gustaba llevarme a los niños mal comidos y mal portados, la señora me miró como esperando que le siguiera la corriente y pues le dije que era cierto, el niño aterrado se ocultó detrás de su madre y la señora de su cartera sacó unos billetes entonces le dijo a su hijo que me había tenido que pagar para que yo no me lo llevara. El encuentro que te describo sucedió un par de veces más, creo que las veces subsecuentes fueron porque el crio no quería hacer tarea y porque no quería dormirse temprano, en ese entonces hasta un teléfono me regaló la seño para poder contactarme, le compartió a sus amigas el número del teléfono y ellas me llamaban pidiéndome que me paseara por sus calles o que les mandara videos diciendo el nombre del niño mal portado, algunos “clientes” hasta me pagaban cursos de actuación, maquillaje o emprendimiento, y pues mírame a hora, soy una especie de leyenda urbana entre los niños malcriados y un auxiliar para los padres que lo único que quieren es que su retoños regresen al buen camino. Le agradezco el detalle que tuvo conmigo, le dejo una tarjeta por si alguna vez requiere de mis servicios, hago presentaciones especiales por si así lo requiere.”

Una vez dicho lo anterior sacó una tarjeta de uno de sus costales me la entregó y se retiró pues me dijo que le tocaba hacer su aparición en una calle cercana en donde tenía un contrato importante para aparecerse seguido ya que los niños de su “clienta” necesitaban verlo seguido o de lo contrario volvían a portarse mal.