"No se fíe de una güera,
tampoco de una mulata,
de una negra o asiática,
sea señora o muchacha,
si son personas non-gratas,
que no entienden de amor"
ENRIQUE BUNBURY-NO SE FIE
II
Conté
las horas como un loco esperando a que llegara la media noche, a esa hora
empieza la vida nocturna, es la mejor hora para llegar a las fiestas o a los
antros, cuando se llega demasiado temprano se corre el riesgo de encontrarse
una cenicienta y que esta tenga que salir corriendo del lugar a las doce de la
noche, en cambio si llegas a media noche es posible que esa princesa ya se haya
ido y en el antro o pachanga queden solo las reinitas que no tiene problema de
horario ni necesitan permiso para hacer lo que les plazca.
Llegó la hora y me dispuse ir al club nocturno,
decidí no ir armado pero había comprado un chaleco antibalas en internet
bastante ligero y discreto, esperaba que por lo menos evitara que me
acuchillaran por la espalda, uno nunca sabe qué puede pasar en un lugar así,
también llevaba conmigo uno de esos lapiceros tácticos, si lo empuñaba lo
suficientemente bien tenía una punta redondeada que una vez que golpeabas a tu
oponente podías fracturarle una costilla, las armas de fuego son casi
infalibles, pero cuando no tienes acceso a alguna tienes que improvisar, una
vez leí una novela sobre un agente que había vivido entre China y Japón y aprendido
un arte llamado por el autor “Naked
Killer”; consistía en la habilidad de convertir cualquier objeto
convencional en un arma mortal lo que hacía del agente un asesino muy
peligroso.
En
una ocasión miraba una película asiática sobre los Yakuza –mafia japonesa- en la que un par de tipos entran a un
restaurante, una especie de Sushi Bar,
se sientan en la barra en donde hay un sujeto comiendo unos fideos, los
mafiosos lo golpean violentamente y toman un par de palillos chinos llamados kuaizi en mandarín, que significa
objetos de bambú para comer rápidamente, obviamente estos cambian su nombre
según el país ya que son utilizados en China, Japón, Corea, Tailandia,
Indonesia, Filipina, Birmania y Malasia, por mencionar algunos países, y el
material del cual están hechos también varían, ya que así como fueron de bambú
hay de madera, hueso, metal, marfil y en el palacio imperial Chino se usaron de
plata para detectar veneno en las comidas reales, específicamente el arsénico,
la cosa es que estos dos sujetos después de darle su calentadita al solitario
comedor de fideos lo someten e introducen con sumo cuidado los palillos chinos
de madera en la nariz sin lastimarlo, aún,
uno en cada fosa nasal para después empujarlos hasta el fondo de un
golpe, ustedes imaginaran lo demás.
Como
buen congal la fachada destellaba con luces de neón, “CLUB OLIMPO”; supongo que por las diosas que allí trabajaban, pude presenciar cómo un tipo
era detenido por el gorila de la entrada, un golpe le basto para dejarlo fuera
de combate, aquel gorila media como 2 metros y no se necesitaba ser un genio para
saber que el gimnasio era su pasatiempo favorito, me encomendé a todos los
santos y me dirigí hacia él, me marco el
alto poniendo su mano en mi pecho, lo miré fríamente.
-A
dónde mi estimado- me pregunto el gorila.
-Voy
a ver si venden juguetes ahí adentro- le respondí
-¿Te
crees muy listo amiguito?, horita te quito lo chistosito.
Metí
mi mano en la guayabera esperando encontrar algo que me sacara del problema, dinero,
un cuchillo, el lapicero, gas pimienta o algo así, pero solo encontré la
tarjeta de mi clienta y al sacarla fue como si hubiera congelado el tiempo y el
espacio, el gorila que intentaba golpearme se relajó inmediatamente, miro la
tarjeta y me la arrebato de las manos.
-Si
traes esto contigo no me puedo oponer a que pases amigo, eres invitado especial,
pasa y diviértete.
Me
regresó la tarjeta y pasé, mientras atravesaba la puerta puede escuchar como
otro tipo no corrió con la misma suerte que yo.
Pasé
al recibidor del bar y dejé guardado mi sobrero, una chica me entrego la ficha del
guardarropa, me guiño el ojo y yo le regalé una sonrisa torcida, un mesero pidió
que lo siguiera hasta una mesa cerca del escenario, el lugar no era un table dance en forma, más bien se
trataba de una especie de cabaret o burlesque, la decoración imitaba la
forma de un teatro victoriano solo que en lugar de butacas había mesas por
doquier, un travestí presentaba su número sin pena ni gloria, ordené una cerveza
oscura, me dediqué a observar a mi alrededor, nunca había entrado a un lugar así,
siempre había querido hacerlo pero mi reputación como buena gente no me lo permitió
un tiempo, ni siquiera como escritor me había atrevido a entrar en los “giros
negros” y este era diferente se podía decir que era elegante, no me explicaba
por qué la señorita que me había visitado por la tarde quería que la viera en ese lugar, lo
sospechaba pero nada más.
El
travesti terminó su acto, el sonido anuncio con gran emoción a las “Mercenarias
de Afrodita”, los asistentes se pusieron de pie y aplaudieron con gran fervor,
silbidos y guarradas se escuchaban por doquier, se apagaron las luces, un
circulo luminoso apuntaba al centro del telón, este se abrió de par en par y salieron
tres bailarinas ataviadas con traje de luces
–de torero-, mi clienta al centro y un par más flanqueándola, al fondo un par
de guitarristas de flamenco, un sujeto en el cajón y el cantaor; los primeros acordes de las guitarras comenzaron a
escucharse y las bailaoras, me
parecía curioso que hubieran sustituido el traje
de flamenca por el de luces, este
se apreciaba extrañamente ceñido a la figura de las muchachas, no podía ver
bien estaban a media luz, entonces el halo de luz enfocó a mi clienta, sentí
que se paralizaba al corazón al descubrir que su traje de luces no era de tela
sino body paint; -Jesús de Veracruz-
exclamé.
Quien haya
tenido la oportunidad de ver a una bailaora en acción sabrá que esa mujeres
zapatean con una coordinación endemoniada, que desarrollan unas piernas y unas
nalgas envidiables y que te hipnotizan con sus movimientos, ahora agreguen a la
ecuación que estas bellas mujeres traen esos hermosos senos al aire sin más sostén
que la gravedad y ya ni qué decir de las nalgas y las piernas, poesía en
movimiento señores, creí que había muerto y había llegado al cielo con todo y
zapatos, era como ver todo en cámara lenta, mi clienta notó mi presencia y
me regaló un guiño coqueto, ya era tarde para mí, me tenía donde quería, no me
importaba de qué se trataba el caso, trabajaría para ella sin pensarlo, y
cuando uno hace las cosas sin pensar muchas cosas pueden pasar.
Continuará...
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