domingo, agosto 09, 2009

sábado, junio 10, 2006
HARAKIRI V.

“Nadie sabe de lo que es capaz de hacer,
hasta que trata de hacerlo”.
-MARDEN









Cuando tenía 9 años el fútbol no era importante para mí, realmente me valía madres jugar o no jugar, pero con el tiempo la indiferencia se convirtió en curiosidad y de ahí en necesidad. Las cosas no son fáciles cuando perteneces al grupo de los ignorados de la escuela, o sea, cuando ocupas un lugar en la alineación del equipo de los “Looser”, y sí, ahí estábamos, David, José Ángel, Israel y yo, para lo único bueno que servíamos era para ser usados como sacos de entrenamiento para el equipo de los “Gandallitas”, a nosotros no nos hablaban para el fucho, éramos en orden de aparición David: el débil, José Ángel: el nervioso, Israel: el lento y yo: el gordo, (chale, que grupito).La primaria no sería mi temporada futbolera, pero cuando entré a la secu mi vida cambio en varios aspectos, mi generación era un poco más equitativa, la naturaleza fue generosa y mi altura me daba cierta condición para jugar Fut, me querían para cabecear los balones, pero mi técnica siempre ha sido mala, así que me ubiqué en la defensa, me gustaba poder evitar el paso de aquellos habilidosos jugadores que controlaban el balón sin problema alguno, admiraba a quienes sabían mover bien el esférico, en una secundaria tan pequeña se forjaban figuras con facilidad, pero ese era un lugar que, según yo, nunca lograría ocupar, eran los tiempos de un equipo local denominado “Tasajera”, y para suerte de algunos la mayoría de sus integrantes estudiaban en la secu del pueblo, las horas del recreo se convertían en verdaderos partidazos llenos de emoción, el trofeo: los chescos y el honor, de ahí surgió el clásico de clásicos, el 3ro C contra el 3ro B, qué partido señores, yo fui del grupo C, y jugué, mi posición: defensa, enfrentar a 2 de los jugadores más potentes del grupo B no era fácil, Carlos y Pancho alias "Pocha", poseían un cañonazo de proporciones épicas, recuerdo muy bien el balazo que le enviaron a nuestro portero Marco Antonio, mejor conocido como el “zancudo”, se imaginan, mi "amigoin" súper delgado deteniendo un cañonazo, al ponerle sus manos al frente la fuerza lo impulsó hacia atrás dos pasos, la algarabía fue enorme, se había evitado un gol, ahora había que sacar, el “zancudo” me dio el balón, la cancha era más o menos del tamaño de una cancha de fucho rápido, coloqué el balón, miré a mis delanteros y despejé con tal fuerza que el balón llegó hasta el otro portero, pero este no lo pudo atajar, el equipo se sorprendió, por un segundo el silencio se apoderó del momento, pero el grito de gol de mis compañeros nos regresó a la realidad, el pinche cabrón que acababa de despejar, o sea yo, había metido un gol, los del grupo B no lo creían, lo atribuyeron a la suerte, a la chiripa, y ya en términos más guarros: fue una cagada.Hoy recuerdo con alegría el día que un looser como yo logró brillar por un segundo en aquel campo de juego, el día que ganamos el clásico de clásicos, el día en que la suerte me sonrió y celebramos como grupo, como equipo, el día en que el honor, la gloria, y por supuesto los chescos, fueron para el 3ro C, añoro esos días, suena cursi pero casi lloro al recordarlo, recordar es vivir.
Hasta pronto.

浪人

RONIN

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