miércoles, septiembre 30, 2015

HARAKIRI: YO, TÚ, ÉL, NOSOTROS, USTEDES, LOS 43


ESTE 26 DE SEPTIEMBRE SE CUMPLIÓ UN AÑO DE LA DESAPARICIÓN DE LOS 43 ESTUDIANTES DE AYOTZINAPA, AÚN NO SE HACE JUSTICIA Y MUCHA GENTE SIGUE APÁTICA ANTE EL TEMA, ESTE RELATO ES MI OFRENDA PARA ESOS JOVENES Y APORTACIÓN PARA TRATAR DE HACER ENTENDER, A QUIEN NO LE HA DADO IMPORTANCIA, QUE MÁS AYÁ DE LA REVOLUCIÓN O LUCHA SOCIAL, LO OCURRIDO ES GRAVE POR EL SIMPLE HECHO DE QUE FUERON SERES HUMANOS LOS QUE FUERON PRIVADOS DE SU LIBERTAD Y POSIBLEMENTE DE SUS VIDAS, Y ESOS 43 SON HIJOS, SOBRINOS, NIETOS, HERMANOS O HASTA PADRES, ALLÍ RADICA LA IMPORTANCIA DE LO OCURRIDO, NADIE TIENE DERECHO A QUITARLE SU LIBERTAD NI LA VIDA A OTRO SER HUMANO. VA POR ELLOS.




Carlos se despertó tarde ese día, su mamá le gritaba desde la cocina de la casa, el desayuno humeaba despidiendo un delicioso olor a huevos con tocino y no podía faltar el café, ese que gustaba tanto a su papá, se podía escuchar el televisor con el noticiero matutino, hablando  sobre los  43 desaparecidos, Carlos no ponía demasiada atención, le ocupaba más el dilema sobre bañarse o no antes de ir a la secundaria, le daba tanta flojera, su hermano mayor estudiaba en la universidad  filosofía y letras, era una especie de héroe para él, sabía que no se bañaba por las mañanas.

 Don Manuel tenía 2 horas despierto, ya había revisado el aceite y el agua del coche, se había bañado y estaba en el desayunador leyendo su periódico con una taza humeante de café endulzado con miel, Alejandro, el hijo mayor, ataviado con su playera negra del EZLN, camisa manga larga a cuadros, pantalón de mezclilla relavado, lentes de pasta y cabello rizado hasta los hombros, se sentaba a su lado, Don Manuel lo miraba de reojo, no le parecía la vestimenta de su hijo, tampoco que se juntara con esos greñudos que estudiaban con él, solo le hacían perder el tiempo, pensaba el oficinista de 40 años quien ya estaba pensando seriamente en decirle a su hijo mayor  que se cortara el cabello cuando en eso Carlos llegó corriendo a sentarse de un salto con ellos, estuvo a punto de caerse de la silla, una solo mirada de Don Manuel bastó para hacerle entender al chico que eso no estaba bien, Doña Mari puso el último plato sobre la mesa y se sentó con ellos a desayunar, los cubiertos tintineaban sobre los platos servidos con huevos con tocino acompañados de frijoles refritos, las tortillas no podían faltar, Don Manuel doblaba sus periódico mientras hacía un gesto de desaprobación, se quejaba del exceso de importancia que, según él, le daban  es esos “revoltosos de Ayotzinapa”, Alejandro lo miró de manera desaprobatoria también, le hizo ver que estaba mal en su apreciación, y siendo o no revoltosos ellos tenían que aparecer, no era justo que los reprimieran por manifestarse, Don Manuel le pidió que guardara silencio, que no sabía lo que estaba diciendo, que si esos muchachos realmente eran estudiantes no tenían por qué haber desaparecido, que si hubieran estado en sus casas con sus padres otro gallo les hubiera cantado; Carlos escuchaba la discusión entre su padre y su hermano mientras se llevaba una porción de huevos y frijoles a la boca.

Todos terminaron de desayunar, Don Manuel pasaba a dejar a sus hijos a la secundaria y universidad respectivamente, llegando a la universidad un grupo de compañeros de Alejandro se encontraban reunidos con pancartas y mantas sobre los 43 desaparecidos, Luis, el mejor amigo de Alejandro, se acercó al coche de Don Manuel para saludarlo y recibir a su amigo, al ¡buenos días! de Luis, Don Manuel respondió con una especie gruñido.

Carlos por la ventana despide a su hermano y este a su vez al más puro estilo de Winston Churchill se despide con una “V” de la victoria, Don Manuel Percibe la admiración de su hijo menor hacia el mayor y lo reprende al decirle que su hermano es un caso perdido, un vago sin oficio ni beneficio que desafiando su autoridad había optado por estudiar la universidad en vez de haber hecho carrera militar, pero que tenía esperanza en que su hijo menor honrara a su padre haciendo lo correcto.

Ese día en la escuela de Carlos les habían encargado periódicos y revistas, el profesor los había hecho debatir sobre el principal tema de medios impresos, los 43 desaparecidos, el maestro apasionado en el tema explicó a los muchachos que los normalistas desaparecidos al momento de manifestarse habían sido reprimidos por las fuerzas del orden y desde entonces no se sabía nada de ellos, de alguna manera Carlos relacionó eso con su hermano y sus amigos de filosofía, sintió un dolor en el pecho.

Por la tarde Carlos llegó de la escuela y corrió a su habitación, encendió su computadora y en el buscador tecleó AYOTZINAPA, los resultados que arrojó la búsqueda le parecieron demasiados aun así le dio clic a cada link, miró los videos, las imágenes, algunos textos, las manifestaciones, el rostro de las familias de los desaparecidos, el sufrimientos, las plegarias de los mexicanos y extranjeros que oraban porque aparecieran esos jóvenes, le dieron ganas de llorar, aún no sabía por qué, su madre lo llamó a comer, él respondió que le dolía el estómago, pensó en su hermano, había entendido que si su hermano se manifestaba correría la misma suerte que los normalistas, la idea lo golpeó tanto que se aventó a su cama a llorar inconsolablemente, lloró con la cara metida en la almohada, apagó su grito de rabia al considerar la posibilidad de que no volvería a ver a su hermano y se quedó dormido.

Carlos escuchaba su nombre a lo lejos, era una voz familiar, al principio todo era oscuridad, entonces pudo ver a su hermano, pero este no estaba solo, estaba con su amigos, gritaban al unísono ¡justicia!, ¡vivos se los llevaron, vivos lo queremos!, entonces el grupo de jóvenes chocaba contra un gran muro de armaduras, antimotines, con bastones, escudos, balas de goma, rodeaban a su hermanos y amigos, los golpeaban, los contenían, los desaparecían, entonces Carlos corría hacia ellos, quería ayudar, de entre esa masa de bastones, balas y escudos, surgía una mano, se escuchaba una voz, ¡pide ayuda Carlos!, ¡esta lucha es justa!, entonces Carlos se aferraba a esa  mano y la jalaba con todas sus fuerzas, tiraba de él como si no hubiera esperanza, ¡no te sueltes hermano, no te sueltes!, y justo cuando sentía que no podía más un ruido muy fuerte lo despertó de su pesadilla, alguien tocaba a la puerta con fuerza, saltó de la cama y corrió a ver, bajó las escaleras con rapidez, delante de él estaban sus padres, al abrir la puerta se encontraron con Alejandro de rodillas ante ellos, la frente y la camisa ensangrentadas, apenas podía ponerse de pie, Doña Mari estalló en llanto, Don Manuel de inmediato lo tomó entre sus brazos diciéndole -¿qué te pasó muchacho?, Alejandro no podía ni siquiera hablar, lo llevaron dentro de la casa, lo acostaron en el mueble de la casa y limpiaron la sangre de su rostro.

Una hora después un poco más calmados Don Manuel le pedía explicaciones a su hijo, Alejandro se remontó a la mañana de ese día, después de haberlo dejado en la universidad, un grupo de compañeros habían quedado en ir a manifestarse a la plaza del centro de la ciudad, al parecer se verían con otros alumnos de otras universidades, el objetivo era manifestarse para exigir la aparición de los 43 normalistas plagiados en Ayotzinapa, durante las primeras horas todo había trascurrido sin problemas, pero cuando caía la tarde un grupo de tipos encapuchados aparecieron con bombas molotov, palos y piedras banalizando comercios y autos alrededor, inmediatamente aparecieron los antimotines, se inició el caos, golpes, balas de goma, garrotes, gritos, todos corrían para no ser golpeados, entonces los cercaron, estaban rodeados, lo golpearon en la cabeza, lo patearon, pensaba que moriría, entonces sintió que alguien tomaba su mano y lo sacaba entre el caos de la confusión, cuando se despertó estaba lejos de la trifulca y a como pudo regresó a su casa, ya no supo más.

Carlos no salía de su asombro, su sueño, lo ocurrido, corrió a abrazarlo, adolorido pero contento Alejandro respondía a la efusividad de su hermano, Don Manuel estaba indignado, le dejó saber a su hijo mayor que de no estar tan golpeado él mismo le rompería los huesos, se lo había advertido, no quería saber nada de esos revoltosos con los que se juntaban, ni de esos normalistas problemáticos, a como pudo Alejandro se sentó, y encaró a su padre, lo acusó de ignorante, de intolerante, de conformista, de irresponsable, porque esos “revoltosos” a los que tanto criticaba eran un ejemplo para todos y cada uno de los mexicanos, porque esos “revoltosos” a los que habían desaparecido alzaban la voz exigiendo sus derechos, esos que desde la llegada de los conquistadores habían  perdido como pueblo indígena, ese pueblo que alguna vez fue dueño de su tierra, de su tradiciones y que ahora era despreciado, maltratado y explotado por los poderosos, por los intolerantes, por los que preferían cerrar los ojos para no conocer la realidad.


La primera reacción de Don Manuel había sido la de abofetear a su hijo que se había atrevido a levantarle la voz en su presencia, y justo cuando pensaba hacerlo Carlos, su hijo menor lo tomó por la mano, lo miró y le pidió que no se enojara, que lo importante era que Alejandro había regresado a la casa, que lo importante era que Alejandro no estaría en las portadas de los periódicos ni en la televisión, que lo importante era que su hermano no se había convertido en un desaparecido más, entonces todos guardaron silencio, Don Manuel comprendió el dolor, la impotencia y angustia de los padres que aún esperaban con fe el regreso de sus hijos, entendió la magnitud del problema y dio gracias a Dios por tener a su lado a su hijo, el cual le había enseñado, de una manera muy dura, que lo ocurrido en Ayotzinapa era asunto de todos, ahora entendía a qué se referían cuando decían Ayotzinapa somos todos.