ESTE 26 DE SEPTIEMBRE SE CUMPLIÓ UN AÑO DE LA DESAPARICIÓN DE LOS 43 ESTUDIANTES DE AYOTZINAPA, AÚN NO SE HACE JUSTICIA Y MUCHA GENTE SIGUE APÁTICA ANTE EL TEMA, ESTE RELATO ES MI OFRENDA PARA ESOS JOVENES Y APORTACIÓN PARA TRATAR DE HACER ENTENDER, A QUIEN NO LE HA DADO IMPORTANCIA, QUE MÁS AYÁ DE LA REVOLUCIÓN O LUCHA SOCIAL, LO OCURRIDO ES GRAVE POR EL SIMPLE HECHO DE QUE FUERON SERES HUMANOS LOS QUE FUERON PRIVADOS DE SU LIBERTAD Y POSIBLEMENTE DE SUS VIDAS, Y ESOS 43 SON HIJOS, SOBRINOS, NIETOS, HERMANOS O HASTA PADRES, ALLÍ RADICA LA IMPORTANCIA DE LO OCURRIDO, NADIE TIENE DERECHO A QUITARLE SU LIBERTAD NI LA VIDA A OTRO SER HUMANO. VA POR ELLOS.
Carlos
se despertó tarde ese día, su mamá le gritaba desde la cocina de la casa, el
desayuno humeaba despidiendo un delicioso olor a huevos con tocino y no podía
faltar el café, ese que gustaba tanto a su papá, se podía escuchar el televisor
con el noticiero matutino, hablando sobre los 43 desaparecidos, Carlos no ponía demasiada
atención, le ocupaba más el dilema sobre bañarse o no antes de ir a la
secundaria, le daba tanta flojera, su hermano mayor estudiaba en la universidad
filosofía y letras, era una especie de
héroe para él, sabía que no se bañaba por las mañanas.
Don Manuel tenía 2 horas despierto, ya había
revisado el aceite y el agua del coche, se había bañado y estaba en el
desayunador leyendo su periódico con una taza humeante de café endulzado con
miel, Alejandro, el hijo mayor, ataviado con su playera negra del EZLN, camisa
manga larga a cuadros, pantalón de mezclilla relavado, lentes de pasta y
cabello rizado hasta los hombros, se sentaba a su lado, Don Manuel lo miraba de
reojo, no le parecía la vestimenta de su hijo, tampoco que se juntara con esos
greñudos que estudiaban con él, solo le hacían perder el tiempo, pensaba el
oficinista de 40 años quien ya estaba pensando seriamente en decirle a su hijo
mayor que se cortara el cabello cuando
en eso Carlos llegó corriendo a sentarse de un salto con ellos, estuvo a punto
de caerse de la silla, una solo mirada de Don Manuel bastó para hacerle
entender al chico que eso no estaba bien, Doña Mari puso el último plato sobre
la mesa y se sentó con ellos a desayunar, los cubiertos tintineaban sobre los
platos servidos con huevos con tocino acompañados de frijoles refritos, las
tortillas no podían faltar, Don Manuel doblaba sus periódico mientras hacía un
gesto de desaprobación, se quejaba del exceso de importancia que, según él, le
daban es esos “revoltosos de
Ayotzinapa”, Alejandro lo miró de manera desaprobatoria también, le hizo ver
que estaba mal en su apreciación, y siendo o no revoltosos ellos tenían que
aparecer, no era justo que los reprimieran por manifestarse, Don Manuel le
pidió que guardara silencio, que no sabía lo que estaba diciendo, que si esos
muchachos realmente eran estudiantes no tenían por qué haber desaparecido, que
si hubieran estado en sus casas con sus padres otro gallo les hubiera cantado;
Carlos escuchaba la discusión entre su padre y su hermano mientras se llevaba
una porción de huevos y frijoles a la boca.
Todos
terminaron de desayunar, Don Manuel pasaba a dejar a sus hijos a la secundaria
y universidad respectivamente, llegando a la universidad un grupo de compañeros
de Alejandro se encontraban reunidos con pancartas y mantas sobre los 43
desaparecidos, Luis, el mejor amigo de Alejandro, se acercó al coche de Don
Manuel para saludarlo y recibir a su amigo, al ¡buenos días! de Luis, Don Manuel
respondió con una especie gruñido.
Carlos
por la ventana despide a su hermano y este a su vez al más puro estilo de
Winston Churchill se despide con una “V” de la victoria, Don Manuel Percibe la
admiración de su hijo menor hacia el mayor y lo reprende al decirle que su
hermano es un caso perdido, un vago sin oficio ni beneficio que desafiando su
autoridad había optado por estudiar la universidad en vez de haber hecho
carrera militar, pero que tenía esperanza en que su hijo menor honrara a su
padre haciendo lo correcto.
Ese
día en la escuela de Carlos les habían encargado periódicos y revistas, el
profesor los había hecho debatir sobre el principal tema de medios impresos,
los 43 desaparecidos, el maestro apasionado en el tema explicó a los muchachos
que los normalistas desaparecidos al momento de manifestarse habían sido
reprimidos por las fuerzas del orden y desde entonces no se sabía nada de
ellos, de alguna manera Carlos relacionó eso con su hermano y sus amigos de
filosofía, sintió un dolor en el pecho.
Por
la tarde Carlos llegó de la escuela y corrió a su habitación, encendió su
computadora y en el buscador tecleó AYOTZINAPA, los resultados que arrojó la
búsqueda le parecieron demasiados aun así le dio clic a cada link, miró los videos,
las imágenes, algunos textos, las manifestaciones, el rostro de las familias de
los desaparecidos, el sufrimientos, las plegarias de los mexicanos y
extranjeros que oraban porque aparecieran esos jóvenes, le dieron ganas de
llorar, aún no sabía por qué, su madre lo llamó a comer, él respondió que le
dolía el estómago, pensó en su hermano, había entendido que si su hermano se
manifestaba correría la misma suerte que los normalistas, la idea lo golpeó
tanto que se aventó a su cama a llorar inconsolablemente, lloró con la cara
metida en la almohada, apagó su grito de rabia al considerar la posibilidad de
que no volvería a ver a su hermano y se quedó dormido.
Carlos
escuchaba su nombre a lo lejos, era una voz familiar, al principio todo era
oscuridad, entonces pudo ver a su hermano, pero este no estaba solo, estaba con
su amigos, gritaban al unísono ¡justicia!, ¡vivos se los llevaron, vivos lo
queremos!, entonces el grupo de jóvenes chocaba contra un gran muro de
armaduras, antimotines, con bastones, escudos, balas de goma, rodeaban a su
hermanos y amigos, los golpeaban, los contenían, los desaparecían, entonces
Carlos corría hacia ellos, quería ayudar, de entre esa masa de bastones, balas
y escudos, surgía una mano, se escuchaba una voz, ¡pide ayuda Carlos!, ¡esta
lucha es justa!, entonces Carlos se aferraba a esa mano y la jalaba con todas sus fuerzas,
tiraba de él como si no hubiera esperanza, ¡no te sueltes hermano, no te
sueltes!, y justo cuando sentía que no podía más un ruido muy fuerte lo
despertó de su pesadilla, alguien tocaba a la puerta con fuerza, saltó de la
cama y corrió a ver, bajó las escaleras con rapidez, delante de él estaban sus
padres, al abrir la puerta se encontraron con Alejandro de rodillas ante ellos,
la frente y la camisa ensangrentadas, apenas podía ponerse de pie, Doña Mari
estalló en llanto, Don Manuel de inmediato lo tomó entre sus brazos diciéndole
-¿qué te pasó muchacho?, Alejandro no podía ni siquiera hablar, lo llevaron
dentro de la casa, lo acostaron en el mueble de la casa y limpiaron la sangre
de su rostro.
Una
hora después un poco más calmados Don Manuel le pedía explicaciones a su hijo,
Alejandro se remontó a la mañana de ese día, después de haberlo dejado en la
universidad, un grupo de compañeros habían quedado en ir a manifestarse a la
plaza del centro de la ciudad, al parecer se verían con otros alumnos de otras
universidades, el objetivo era manifestarse para exigir la aparición de los 43
normalistas plagiados en Ayotzinapa, durante las primeras horas todo había
trascurrido sin problemas, pero cuando caía la tarde un grupo de tipos
encapuchados aparecieron con bombas molotov, palos y piedras banalizando
comercios y autos alrededor, inmediatamente aparecieron los antimotines, se
inició el caos, golpes, balas de goma, garrotes, gritos, todos corrían para no
ser golpeados, entonces los cercaron, estaban rodeados, lo golpearon en la
cabeza, lo patearon, pensaba que moriría, entonces sintió que alguien tomaba su
mano y lo sacaba entre el caos de la confusión, cuando se despertó estaba lejos
de la trifulca y a como pudo regresó a su casa, ya no supo más.
Carlos
no salía de su asombro, su sueño, lo ocurrido, corrió a abrazarlo, adolorido
pero contento Alejandro respondía a la efusividad de su hermano, Don Manuel
estaba indignado, le dejó saber a su hijo mayor que de no estar tan golpeado él
mismo le rompería los huesos, se lo había advertido, no quería saber nada de
esos revoltosos con los que se juntaban, ni de esos normalistas problemáticos,
a como pudo Alejandro se sentó, y encaró a su padre, lo acusó de ignorante, de
intolerante, de conformista, de irresponsable, porque esos “revoltosos” a los
que tanto criticaba eran un ejemplo para todos y cada uno de los mexicanos,
porque esos “revoltosos” a los que habían desaparecido alzaban la voz exigiendo
sus derechos, esos que desde la llegada de los conquistadores habían perdido como pueblo indígena, ese pueblo que
alguna vez fue dueño de su tierra, de su tradiciones y que ahora era
despreciado, maltratado y explotado por los poderosos, por los intolerantes,
por los que preferían cerrar los ojos para no conocer la realidad.
La
primera reacción de Don Manuel había sido la de abofetear a su hijo que se
había atrevido a levantarle la voz en su presencia, y justo cuando pensaba
hacerlo Carlos, su hijo menor lo tomó por la mano, lo miró y le pidió que no se
enojara, que lo importante era que Alejandro había regresado a la casa, que lo
importante era que Alejandro no estaría en las portadas de los periódicos ni en
la televisión, que lo importante era que su hermano no se había convertido en
un desaparecido más, entonces todos guardaron silencio, Don Manuel comprendió
el dolor, la impotencia y angustia de los padres que aún esperaban con fe el
regreso de sus hijos, entendió la magnitud del problema y dio gracias a Dios por
tener a su lado a su hijo, el cual le había enseñado, de una manera muy dura,
que lo ocurrido en Ayotzinapa era asunto de todos, ahora entendía a qué se
referían cuando decían Ayotzinapa somos todos.