viernes, febrero 05, 2016

MERCENARIAS DE AFRODITA I

 "¿Qué le hubiera gustado ser si no hubiera sido escritor? 
-Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. 
De eso estoy absolutamente seguro. 
Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo,
 de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas".
-Roberto Bolaño, escritor y poeta chileno



I
El lugar era un caos, mesas y sillas tiradas por todos lados, gente corriendo como loca, y quien no, los disparos venían de ambas direcciones y el desafortunado intento de héroe se encuentra herido detrás de la barra del bar.

- Rayos, no pensé que ser un detective fuese tan difícil, estoy sangrando demasiado, si salgo bien librado de esta me dedicare de lleno mis relatos, ahora estoy entre fuego cruzado, siempre imaginé que mi muerte sería algo fuera de lo común pero esto es demasiado, no le veo el honor a morir en un bar como este, pero es mi culpa, todo comenzó con ese maldito libro, mi favorito por cierto, pero que imbécil soy, lo aborrezco y sin embargo digo que es mi favorito, es ese sentimiento amor-odio que nos embarga pero que le puedo hacer, no conocía la novela policíaca mexicana y gracias  a ese libro me adentré en su mundo, demasiado tal vez, lo recuerdo bien, fui de compras a la plaza y al pasar por el estante de libros lo vi, viejo y olvidado, sin embargo la portada llamaba mi atención, un luchador –de lucha libre, porque también hay luchadores por la vida-  sobre un ring,  lo tome para leer la sinopsis, me hablaba de un tal Belascoarán  o algo así, lo compré por curiosidad, además de que estaba barato, llegue a mi casa y lo leí en 5 horas, quedé fascinado, ser un detective como el del libro seria mi nuevo alucine, me identifiqué con el personaje, aunque él era más viejo y con más camino recorrido que yo, pero aun así lo hice, busqué entre mis cosas un viejo folleto de un instituto de esos en donde uno toma clases por correspondencia y me inscribí en el de detective privado, pero no envié el dinero así que me amolé, eso no me detuvo, me chute otro libro del mismo autor  que por cierto me gusto más que el primero, y ¡moles!, me terminé de convencer que el rollo de los detectives era lo mío, al cabo que Dick Tracy siempre me cayó bien, sin olvidar su atuendo, tome unas merecidas vacaciones y le dije a mi editor que se olvidara de mi por un mes, le dejé encargada mi revista y el programa de radio.

Fui al banco para hacerme de un poco de efectivo, corrí presuroso a una tienda de sombreros y busque uno igual al de Tracy pero en un color menos llamativo, compre dos, uno negro y otro color caqui, de ahí pase a una boutique para escoger un par de gabardinas que combinaran con mis sombreros, pero opté por guayaberas, tenía que tropicalizar mi atuendo,  fue genial realmente quería ser un detective, pedí algunos favores para poder conseguir un permiso de armas y el arma por supuesto, primero pensé en un revolver algo clásico, pero luego recordé que la delincuencia organizada no se anda con pendejadas y decidí conseguir algo más moderno.

En mi condenada vida había disparado un arma de fuego, lo más cercano habían sido las pistolas de juguete en mi infancia esas que vendían en los puestos ambulantes como réplicas de armas del llanero solitario, o qué decir de las famosas pistolitas tamaño llavero de “chinanpinas”, ya más para acá las pistolas chinas que vendían los ambulantes que viajaban con las “ferias” de pueblo donde las balas eran pequeñas pelotitas de plástico del tamaño de un chícharo que a corta distancia no hacían mucho daño pero con unos metros de por medio ganaban buena velocidad y pegaban duro.

 Tenía que practicar tiro así que le pedí a un amigo fanático de las armas que me instruyera en el campo de tiro al que llegaba para acostumbrarme al arma y aprender algunas mañas, después le llamé a mi amigo César Rojas, experto en Muay Thai, Lima Lama y Kick Boxing para pulir algunos movimientos que ya había aprendido durante mis años en la universidad, en fin traté de estar preparado para lo que viniera, recordé que las armas de fuego son letales pero que también nunca estaba de más un buen cuchillo, un bastón telescópico o un buen taser para completar mi equipo.

Luego de una semana de supuesto entrenamiento  regresé a la ciudad y renté una oficinilla de mala muerte en un edificio viejo del centro, de esos que habían visto mejores tiempos pero al que se le vinieron los años encima como una avalancha, tenía más cucarachas que personas viviendo en él pero el precio de la renta era insuperable, mi oficina quedaba en el quinto piso, afortunadamente no fumaba y de vez en cuando salía a correr, de lo contrario no hubiera podido subir todos los días, el ascensor no era una opción tenía años fuera de servicio y el dueño no tenía prisa por repararlo.

Remodelar la oficina no me llevo mucho tiempo, el último inquilino había sido un abogado así que no tuve mucho que comprar, solo retirar el polvo, los huevecillos de cucaracha y reparar la instalación eléctrica del lugar, yo había pensado en una decoración vintage y la mitad del trabajo ya estaba hecho, si bien mi intención era retratar un ambiente como en las películas y parodias de los años 50´s no me puse muy exigente, leí la revista “El Bulbo”, del maestro Bachán,  para poder darme una idea de la ambientación, mandé a hacer una puerta mitad de madera y mitad de cristal esmerilado con una lupa sobre un gran ojo para representar mi supuesta profesión, debajo de esa imagen las siglas D.P., detective privado.

En la oficina, entrando se puede ver un viejo escritorio, una silla ejecutiva reclinable  –siempre quise tener una-, una ventana con persiana americana justo detrás de la silla ejecutiva, con una muy buena vista por cierto, ya que el edificio de enfrente estaba compuesto por departamentos y nunca falta la vecina con cuerpo de tentación y distraída que olvida cerrar las cortinas después de bañarse, que en ese momento no era el caso pero quería que sucediera.

Recostado en mi silla ejecutiva con los pies sobre el escritorio contemplaba mi decorado austero; a mi derecha muy cerca de mí en la esquina, un pequeño frigobar, sobre el mismo una cafetera que servía –además de preparar café- para calentar el agua de mis sopas instantáneas, de ese mismo lado pero a un costado de la puerta una maceta artificial, del lado izquierdo de la puerta un perchero para mi sombrero, pegado a la pared izquierda un sillón como para tres personas lo suficientemente grande como para dormir cuando fuera necesario, en mi flanco izquierdo un viejo archivero institucional metálico de cinco gavetas, un par de sillas para los clientes y un ventilador de techo por aquello del calor, lo realmente malo de la oficina era que el baño se encontraba afuera, pero bueno no se puede todo en la vida.


Recuerdo que haber comprado una cajetilla de cigarros para sentirme más en ambiente y pensándolo bien creo estaba exagerando, llegue a sentirme como aquellos actores parodiados de la películas gringas, los cuales vivían todo un día como el personaje al que iban a interpretar para poder transmitir al público un poco más de realismo, destapé la cajetilla y la costumbre de ver a tantos amigos fumadores me hizo golpearla para bajar el tabaco, tomé un pitillo como le llaman los españoles, y procedí a encenderlo con un cerillo ya que había olvidado comprar un mechero, lo encendí sin problemas, el inconveniente consistía en fumarlo como se debía, mi viejo amigo Leis me dijo alguna vez que el chiste era pasarse el humo, así que lo intente, no corrí con tanta suerte y  vino a mí una sensación realmente aterradora, era como si el pecho se redujera de tamaño evitando que mis pulmones trabajaran, me sentí morir y comencé a toser sin control, los ojos me lloraban y la desesperación de no dejar de toser me incomodaba, fue entonces que una silueta se dibujó en el cristal de la puerta, tocó dos veces y con dificultad le pedí que pasara, aquel repentino ataque de tos hacía que me doblara de tanto que toser, un par de piernas lograron detener mi dolencia, las exploré con la mirada para saber a quién pertenecían, una clienta en potencia, le pedí que se sentara mientras yo me dirigí hacia mi cafetera por una taza de café, pude percibir el perfume de la dama: La Vie Est Belle de Lancome, exquisito no me era extraño, vestía una falda tipo lápiz que le llegaba hasta la rodilla, muy ajustada por cierto y con una abertura en el costado derecho la cual me hacía pensar que en cualquier momento se rasgaría por completo debido a lo  ajustada que estaba, se le dibujaba una escultural figura, y su blusa con los dos primeros botones entre abiertos no dejaban nada a la imaginación, cabello teñido de un color rojizo, ojos verdes y piel blanca.

Tomé un trago de ese delicioso soluble veracruzano solo para aclarar un poco la garganta y así ocultar mi impresión, le ofrecí  pero al parecer no era de su agrado, tomé asiento y la interrogué.

-Dígame señorita, ¿que la trae por aquí?

-Quisiera contratar sus servicios, detective...-hizo una pausa y me miró fijamente.

-Vargas, soy el detective Vargas.- No sé si era porque tenía la ventana abierta, pero aquella mujer me daba escalofríos, su mirada se apreciaba seductora, como si  en cualquier momento fuese a saltar sobre mí, debo confesar que tenía un no sé qué, que qué se yo...

-Recurrí a usted porque –continuó mientras sacaba una fotografía del bolso - quiero que me ayude a  localizar a mi perrita…

En ese momento sentí como todo el ambiente detectivesco que mi alucinada mente había creado se venía  abajo como una torre de cartas de poker, el café frío que tomaba me había quedado un poco cargado, eso ayudó a que no me iniciara una crisis por lo absurdo de la petición de mi potencial cliente.

-          ¡Ayúdeme por favor!, ya no sé ni qué hacer, hubiese colocado carteles o anuncios en los periódicos pero no quiero hacer mucho escándalo, es más, si acepta mi caso quisiera pedirle que guardara toda la discreción posible.

No sabía qué decir, la dama estaba muy misteriosa, se me hacía exagerado que me pidiera tanta discreción para la encomienda que no era nada del otro mundo, me deje caer en  mi sillón reclinable  y subí los pies al escritorio, creo que la dama pudo intuir que no estaba interesado en el caso -comunicación no verbal- seguro capto el mensaje; se puso de pie, puso sus manos sobre el escritorio su blusa dejo asomar un hermoso par de senos que me hipnotizaron de inmediato, cuando reaccioné me tenía prendido de la solapa de la guayabera y su nariz casi podía tocar mí nariz y con  voz  suave me dijo:

- Mire, sé que es algo difícil para detective de su categoría aceptar un caso tan insignificante como este, sé que usted esté acostumbrado a cosas más importantes pero estoy desesperada, tengo algo de prisa y no puedo darle más explicaciones; sin embargo  tal vez podamos hablar esta noche en mi trabajo, le dejo mi tarjeta y le pido que considere mi caso, le pagaré muy bien.


Una vez dicho esto me soltó y caí en mi silla ejecutiva totalmente fulminado por tanta sensualidad, la vi partir no sin antes tratar de beberme todo el aire que había quedado impregnado con su perfume, sentí un cosquilleo en la entrepierna  mientras miraba el vaivén de sus caderas al caminar, tomé la tarjeta que había dejado en el escritorio y deduje que esa muñeca no era precisamente una rica ama de casa con esposo acaudalado, la tarjeta decía “Club Nocturno: Mercenarias de Afrodita”.

Continuará...

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