"¿Qué le hubiera gustado ser si no hubiera sido escritor?
-Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor.
De eso estoy absolutamente seguro.
Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo,
de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas".
-Roberto Bolaño, escritor y poeta chileno
I
El lugar era
un caos, mesas y sillas tiradas por todos lados, gente corriendo como loca, y
quien no, los disparos venían de ambas direcciones y el desafortunado intento
de héroe se encuentra herido detrás de la barra del bar.
-
Rayos, no pensé que ser un detective fuese tan difícil, estoy sangrando
demasiado, si salgo bien librado de esta me dedicare de lleno mis relatos,
ahora estoy entre fuego cruzado, siempre imaginé que mi muerte sería algo fuera
de lo común pero esto es demasiado, no le veo el honor a morir en un bar como
este, pero es mi culpa, todo comenzó con ese maldito libro, mi favorito por
cierto, pero que imbécil soy, lo aborrezco y sin embargo digo que es mi
favorito, es ese sentimiento amor-odio que nos embarga pero que le puedo hacer,
no conocía la novela policíaca mexicana y gracias a ese libro me adentré en su mundo, demasiado
tal vez, lo recuerdo bien, fui de compras a la plaza y al pasar por el estante
de libros lo vi, viejo y olvidado, sin embargo la portada llamaba mi atención,
un luchador –de lucha libre, porque también hay luchadores por la vida- sobre un ring,
lo tome para leer la sinopsis, me hablaba de un tal Belascoarán o algo así, lo compré por curiosidad, además
de que estaba barato, llegue a mi casa y lo leí en 5 horas, quedé fascinado,
ser un detective como el del libro seria mi nuevo alucine, me identifiqué con
el personaje, aunque él era más viejo y con más camino recorrido que yo, pero
aun así lo hice, busqué entre mis cosas un viejo folleto de un instituto de
esos en donde uno toma clases por correspondencia y me inscribí en el de
detective privado, pero no envié el dinero así que me amolé, eso no me detuvo,
me chute otro libro del mismo autor que
por cierto me gusto más que el primero, y ¡moles!, me terminé de convencer que
el rollo de los detectives era lo mío, al cabo que Dick Tracy siempre me cayó
bien, sin olvidar su atuendo, tome unas merecidas vacaciones y le dije a mi
editor que se olvidara de mi por un mes, le dejé encargada mi revista y el
programa de radio.
Fui
al banco para hacerme de un poco de efectivo, corrí presuroso a una tienda de
sombreros y busque uno igual al de Tracy pero en un color menos llamativo,
compre dos, uno negro y otro color caqui, de ahí pase a una boutique para
escoger un par de gabardinas que combinaran con mis sombreros, pero opté por
guayaberas, tenía que tropicalizar mi atuendo,
fue genial realmente quería ser un detective, pedí algunos favores para
poder conseguir un permiso de armas y el arma por supuesto, primero pensé en un
revolver algo clásico, pero luego recordé que la delincuencia organizada no se
anda con pendejadas y decidí conseguir algo más moderno.
En
mi condenada vida había disparado un arma de fuego, lo más cercano habían sido
las pistolas de juguete en mi infancia esas que vendían en los puestos
ambulantes como réplicas de armas del llanero solitario, o qué decir de las
famosas pistolitas tamaño llavero de “chinanpinas”, ya más para acá las
pistolas chinas que vendían los ambulantes que viajaban con las “ferias” de
pueblo donde las balas eran pequeñas pelotitas de plástico del tamaño de un
chícharo que a corta distancia no hacían mucho daño pero con unos metros de por
medio ganaban buena velocidad y pegaban duro.
Tenía que practicar tiro así que le pedí a un
amigo fanático de las armas que me instruyera en el campo de tiro al que
llegaba para acostumbrarme al arma y aprender algunas mañas, después le llamé a
mi amigo César Rojas, experto en Muay Thai, Lima Lama y Kick Boxing para pulir
algunos movimientos que ya había aprendido durante mis años en la universidad,
en fin traté de estar preparado para lo que viniera, recordé que las armas de
fuego son letales pero que también nunca estaba de más un buen cuchillo, un
bastón telescópico o un buen taser
para completar mi equipo.
Luego
de una semana de supuesto entrenamiento
regresé a la ciudad y renté una oficinilla de mala muerte en un edificio
viejo del centro, de esos que habían visto mejores tiempos pero al que se le
vinieron los años encima como una avalancha, tenía más cucarachas que personas
viviendo en él pero el precio de la renta era insuperable, mi oficina quedaba
en el quinto piso, afortunadamente no fumaba y de vez en cuando salía a correr,
de lo contrario no hubiera podido subir todos los días, el ascensor no era una
opción tenía años fuera de servicio y el dueño no tenía prisa por repararlo.
Remodelar
la oficina no me llevo mucho tiempo, el último inquilino había sido un abogado
así que no tuve mucho que comprar, solo retirar el polvo, los huevecillos de
cucaracha y reparar la instalación eléctrica del lugar, yo había pensado en una
decoración vintage y la mitad del
trabajo ya estaba hecho, si bien mi intención era retratar un ambiente como en
las películas y parodias de los años 50´s no me puse muy exigente, leí la
revista “El Bulbo”, del maestro Bachán,
para poder darme una idea de la
ambientación, mandé a hacer una puerta mitad de madera y mitad de cristal esmerilado
con una lupa sobre un gran ojo para representar mi supuesta profesión, debajo
de esa imagen las siglas D.P., detective privado.
En
la oficina, entrando se puede ver un viejo escritorio, una silla ejecutiva
reclinable –siempre quise tener una-,
una ventana con persiana americana justo detrás de la silla ejecutiva, con una
muy buena vista por cierto, ya que el edificio de enfrente estaba compuesto por
departamentos y nunca falta la vecina con cuerpo de tentación y distraída que
olvida cerrar las cortinas después de bañarse, que en ese momento no era el
caso pero quería que sucediera.
Recostado
en mi silla ejecutiva con los pies sobre el escritorio contemplaba mi decorado austero;
a mi derecha muy cerca de mí en la esquina, un pequeño frigobar, sobre el mismo
una cafetera que servía –además de preparar café- para calentar el agua de mis
sopas instantáneas, de ese mismo lado pero a un costado de la puerta una maceta
artificial, del lado izquierdo de la puerta un perchero para mi sombrero, pegado
a la pared izquierda un sillón como para tres personas lo suficientemente
grande como para dormir cuando fuera necesario, en mi flanco izquierdo un viejo
archivero institucional metálico de cinco gavetas, un par de sillas para los
clientes y un ventilador de techo por aquello del calor, lo realmente malo de
la oficina era que el baño se encontraba afuera, pero bueno no se puede todo en
la vida.
Recuerdo
que haber comprado una cajetilla de cigarros para sentirme más en ambiente y
pensándolo bien creo estaba exagerando, llegue a sentirme como aquellos actores
parodiados de la películas gringas, los cuales vivían todo un día como el
personaje al que iban a interpretar para poder transmitir al público un poco más
de realismo, destapé la cajetilla y la costumbre de ver a tantos amigos
fumadores me hizo golpearla para bajar el tabaco, tomé un pitillo como le
llaman los españoles, y procedí a encenderlo con un cerillo ya que había
olvidado comprar un mechero, lo encendí sin problemas, el inconveniente consistía
en fumarlo como se debía, mi viejo amigo Leis me dijo alguna vez que el chiste
era pasarse el humo, así que lo intente, no corrí con tanta suerte y vino a mí una sensación realmente aterradora,
era como si el pecho se redujera de tamaño evitando que mis pulmones
trabajaran, me sentí morir y comencé a toser sin control, los ojos me lloraban
y la desesperación de no dejar de toser me incomodaba, fue entonces que una
silueta se dibujó en el cristal de la puerta, tocó dos veces y con dificultad
le pedí que pasara, aquel repentino ataque de tos hacía que me doblara de tanto
que toser, un par de piernas lograron detener mi dolencia, las exploré con la
mirada para saber a quién pertenecían, una clienta en potencia, le pedí que se
sentara mientras yo me dirigí hacia mi cafetera por una taza de café, pude
percibir el perfume de la dama: La Vie
Est Belle de Lancome, exquisito no me era extraño, vestía una falda tipo lápiz
que le llegaba hasta la rodilla, muy ajustada por cierto y con una abertura en el
costado derecho la cual me hacía pensar que en cualquier momento se rasgaría
por completo debido a lo ajustada que
estaba, se le dibujaba una escultural figura, y su blusa con los dos primeros
botones entre abiertos no dejaban nada a la imaginación, cabello teñido de un
color rojizo, ojos verdes y piel blanca.
Tomé
un trago de ese delicioso soluble veracruzano solo para aclarar un poco la
garganta y así ocultar mi impresión, le ofrecí pero al parecer no era de su agrado, tomé
asiento y la interrogué.
-Dígame señorita, ¿que la trae por aquí?
-Quisiera contratar sus servicios, detective...-hizo
una pausa y me miró fijamente.
-Vargas, soy el detective Vargas.- No sé si era porque tenía
la ventana abierta, pero aquella mujer me daba escalofríos, su mirada se
apreciaba seductora, como si en
cualquier momento fuese a saltar sobre mí, debo confesar que tenía un no sé qué,
que qué se yo...
-Recurrí a usted porque –continuó mientras sacaba una
fotografía del bolso - quiero que me ayude a
localizar a mi perrita…
En ese momento
sentí como todo el ambiente detectivesco que mi alucinada mente había creado se
venía abajo como una torre de cartas de poker, el café frío que tomaba me había
quedado un poco cargado, eso ayudó a que no me iniciara una crisis por lo
absurdo de la petición de mi potencial cliente.
-
¡Ayúdeme por favor!, ya no sé ni qué hacer, hubiese
colocado carteles o anuncios en los periódicos pero no quiero hacer mucho escándalo,
es más, si acepta mi caso quisiera pedirle que guardara toda la discreción
posible.
No
sabía qué decir, la dama estaba muy misteriosa, se me hacía exagerado que me pidiera
tanta discreción para la encomienda que no era nada del otro mundo, me deje caer
en mi sillón reclinable y subí los pies al escritorio, creo que la
dama pudo intuir que no estaba interesado en el caso -comunicación no verbal- seguro
capto el mensaje; se puso de pie, puso sus manos sobre el escritorio su blusa
dejo asomar un hermoso par de senos que me hipnotizaron de inmediato, cuando
reaccioné me tenía prendido de la solapa de la guayabera y su nariz casi podía
tocar mí nariz y con voz suave me dijo:
- Mire, sé que es algo difícil para detective de su
categoría aceptar un caso tan insignificante como este, sé que usted esté
acostumbrado a cosas más importantes pero estoy desesperada, tengo algo de
prisa y no puedo darle más explicaciones; sin embargo tal vez podamos hablar esta noche en mi
trabajo, le dejo mi tarjeta y le pido que considere mi caso, le pagaré muy bien.
Una vez dicho
esto me soltó y caí en mi silla ejecutiva totalmente fulminado por tanta
sensualidad, la vi partir no sin antes tratar de beberme todo el aire que había
quedado impregnado con su perfume, sentí un cosquilleo en la entrepierna mientras miraba el vaivén de sus caderas al
caminar, tomé la tarjeta que había dejado en el escritorio y deduje que esa
muñeca no era precisamente una rica ama de casa con esposo acaudalado, la
tarjeta decía “Club Nocturno: Mercenarias de Afrodita”.
Continuará...
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