"Todos ven lo que tú aparentas; pocos advierten lo que eres."
-Nicolás Maquiavelo
Lo vi caminando por la banqueta
de la colonia, todo harapiento, descalzo, cargando a cuestas como 5 costales de
diferentes tamaños, al parecer no eran muy pesados, su cabello enmarañado dejaba
ver que posiblemente ya habían pasado muchos días desde que el agua y el jabón
no tocaban su humanidad y ya ni qué decir del olor que despedía.
A diario, casi a la misma hora
tomaba el mismo rumbo, supuse que era paso obligado para llegar a donde vivía,
si es que tenía casa, al observarlo me pregunta cómo es que le hacía para
caminar tanto descalzo, entonces me hice el propósito de que la siguiente vez
que lograra verlo le obsequiaría unas chanclitas para que, de perdis,
protegiera sus pies de las piedras del camino.
Lo estuve “cazando” una tarde de
viernes y no tuve suerte, el sábado y domingo hice los mimo pero tampoco pude
verlo, pero el lunes de la siguiente semana, mientras iba llegando de la
oficina, lo vi acercarse a lo lejos, me di prisa y entré a la casa para buscar
algunos pantalones y sandalias que había planeado regalarle.
Entré corriendo a la casa para
que no se me fuera a ir “el hombre del costal” y afortunadamente pude darle
alcance, le llamé, le grité: -¡señor!, él se detuvo y volteó a ver quién le
gritaba con tanta insistencia, me acerqué corriendo con una bolsa en mi mano,
mientras recuperaba el aliento le indique que nos sentáramos en una de las
bancas del parque de la colonia pues estábamos cerca, me presenté le dije mi
nombre, Mario Pérez Jimenez, el me regalo una sonrisa y se presente como “el
hombre del costal” y me extendió su mano que sin miramientos estreché, cuando
estaba a punto de explicarle la razón por la cual lo había abordado escuché
sonar un teléfono, busqué entre mis ropas para saber si se trataba de mi
teléfono celular pero recordé que lo había dejado en el auto y entonces “el
hombre del costal” comenzó a revisar sus costales hasta que vi como extraía de
uno de ellos un celular, pero no cualquier celular, se trataba de un Iphon 7 al
mismo tiempo que con la mano desocupada me hacía una señal para que le
permitiera un momento mientras contestaba su llamada, estaba completamente
asombrado, pensé que se trataba de una broma o algo así, no daba crédito a lo
que ve estaba viendo.
“Si buenas tardes, habla “el hombre del costal”, ¿en qué puedo servirle?...mañana…no
sé, dígame como a qué hora le gustaría que pasara…si más que nada es para que
haga mi itinerario y no le quede mal…así que no quiere comerse las verduras…perfecto,
mire lo que puedo hacer por usted mientras tanto es enviarle una foto para
ayudarle un poco esta tarde, aprovecharé para hacerle llegar los datos de mi
cuenta por concepto de mis honorarios, no se preocupe, será un placer…byeee.”
No entendía nada de nada, el
hombre del costal guardó de nuevo su teléfono y se volvió hacia mi pidiéndome disculpas
por la interrupción y en ese momento miré mi bolsa con lo que quería regalarle,
cuando intenté articular palabra alguna nuevamente sonó el celular y el hombre
del costal me volvió a pedir que le permitiera un momento mientras contestaba
la llamada; “si, diga, el hombre del
costal a sus órdenes…que Pablito no quiere hacer tarea, no se preocupe señora…comuníquemelo
por favor…”-en ese momento cambió el tono de su voz a una más grave y
aterradora y le dijo a Pablito- “si no
haces a tarea Pablito, pasaré por ti esta tarde y te llevaré conmigo, obedece a
tu madre si no quieres que pase por ti”; entonces comencé a comprender o
por lo menos a deducir qué era lo que estaba sucediendo, el hombre del costal
volvió a guardar su teléfono en uno de sus costales y me dijo: “-Ahora sí amigo dime, ¿qué puedo hacer por
ti?”, yo ya no sabía si entregarle la bolsa con las cosas que había
planeado regalarle, él miró mis manos y me preguntó si aquello era para él,
asentí y le entregué la bolsa, en seguido husmeó la bolsa y sonrió, me gradeció
el detalle y me dijo que estaba muy agradecido, entonces le pregunté qué había
sido todo eso que acababa de observar, me dijo que se trataba de algunas “clientas”,
madres de familia desesperadas porque sus hijos no querían comer, hacer sus
tareas, dormirse temprano o simplemente se portaban mal entonces recurrían a él:
“El hombre del costal.”
Mientras me contaba comenzó a
buscar en uno de sus costales algo, después de hurgar un poco sacó de allí una
cajita metálica de la cual extrajo un cigarrillo y un encendedor, me ofreció
uno, agradecí el detalle y para que no se sintiera ofendido tomé un pitillo, me
ofreció fuego y encendí mi tabaco no sin antes toser copiosamente ya que en
realidad no sabía fumar, el hombre del costal le dio una calada a su cigarro y
se acomodó en aquella dura baca de concreto del parque, suspiró y me relató su
historia.
“Sé que lo de be estar pensando joven, pero déjeme decirle que no
siempre fui el hombre del costal, antes de verme así todo harapiento yo era un
oficinista en una importante empresa, entraba a las siete de la mañana todos
los días, descansaba los fines de semana, tenía un jefe mamón y el jefe de mi
jefe también era mamón, ellos decían ser muy buenos trabajadores pero lo único
que sabían era dar órdenes, se hacían tontos con horarios quebrados de oficina
cuando en realidad las tardes las usaban para mirar por internet lo que aún no
tenían u deseaban comprar, me harte de todo ese ambiente donde me sentía frustrado
y miserable, aquí donde me ve yo fui a la universidad, estudié una carrera, sin
llegar a ser pretencioso quiero decirle que era buen trabajador y con muy
buenas ideas, pero en mi trabajo nadie apreciaba eso, eran los jefes los que se
llevaban las felicitaciones y uno simplemente las regañadas, estaba harto,
entonces decidí un día mandar a todos al diablo y renuncié, a partir de ese momento
mi vida cambió. No le voy a negar que pasé hambre y frio pero andando después de
algunos meses sin bañarme, afeitarme ni cortarme el cabello me encontraba
buscando comida dentro de un costal en la parte trasera de un restaurante
cuando de repente una señora salió regañando a su hijo pequeño porque no había
comido bien, entonces al ver que el niño no le ponía atención se le hizo fácil
señalarme y decirle a su hijo que yo era el hombre del costal y que me gustaba
llevarme a los niños mal comidos y mal portados, la señora me miró como
esperando que le siguiera la corriente y pues le dije que era cierto, el niño
aterrado se ocultó detrás de su madre y la señora de su cartera sacó unos
billetes entonces le dijo a su hijo que me había tenido que pagar para que yo
no me lo llevara. El encuentro que te describo sucedió un par de veces más,
creo que las veces subsecuentes fueron porque el crio no quería hacer tarea y
porque no quería dormirse temprano, en ese entonces hasta un teléfono me regaló
la seño para poder contactarme, le compartió a sus amigas el número del
teléfono y ellas me llamaban pidiéndome que me paseara por sus calles o que les
mandara videos diciendo el nombre del niño mal portado, algunos “clientes”
hasta me pagaban cursos de actuación, maquillaje o emprendimiento, y pues
mírame a hora, soy una especie de leyenda urbana entre los niños malcriados y
un auxiliar para los padres que lo único que quieren es que su retoños regresen
al buen camino. Le agradezco el detalle que tuvo conmigo, le dejo una tarjeta
por si alguna vez requiere de mis servicios, hago presentaciones especiales por
si así lo requiere.”
Una vez dicho lo anterior sacó
una tarjeta de uno de sus costales me la entregó y se retiró pues me dijo que
le tocaba hacer su aparición en una calle cercana en donde tenía un contrato
importante para aparecerse seguido ya que los niños de su “clienta” necesitaban
verlo seguido o de lo contrario volvían a portarse mal.
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