"Me veras volar
por la ciudad de la furia
donde nadie sabe de mi
y yo soy parte de todos"
Gustavo Cerati (Q.E.P.D.)
En esas horas en que la noche muere para dar paso al día, una alimaña sonora-digital repica y zumba en mis oídos obligándome a salir de mi mundo onírico para abducirme a la realidad, una dosis suficiente de cansancio me ayuda a mover mi pesada mano para poner fin a esa molestia momentánea, estoy despierto pero mi cuerpo no responde, sabe que solo ha sido una advertencia, tiene 30 minutos para aceptarlo y resignarse , el sistema me obliga a levantarme y lavar mi pereza con agua y jabón, mi mal aliento, causado por tantas cosas malas que digo, desaparece con aroma de menta del dentífrico tatuado en mi mente por la magia de la mercadotecnia.
Salgo a la calle y me convierto
en un ánima más que pena por las calles, húmedas aún, de lágrimas derramadas
por ángeles decepcionados de la humanidad, mi andar se confunde con prisa, yo
diría que es el miedo a una posibilidad terrible de arrepentimiento de haberme
levantado y tener que vivir la vida, por eso camino rápido para que mi perro
negro de la depresión no me alcance y me pida quedarme en casa, no puedo, a
veces quiero, pero tres razones me mantienen en el juego de la vida: Chat, Singe,Cygne.
Entre la oscuridad que precede al
amanecer, mis torpes ojos escudriñan el horizonte esperando el paso del bus que
me acerque a mi destino del día, el chofer, simulacro de barquero del
inframundo, espera pacientemente el pago, monedas, por el servicio, somos
sardinas sin tomate en esa lata transmetropolitana carmesí que engulle almas como ballena de historia bíblica.
La epidemia del cansancio pulula en
el bus, mujeres, hombres, niños, jóvenes y adultos cabecean al ritmo de un
trote accidentado de nuestra lata carmesí, todos ellos parecieran haber salido
de una función de Tony Kamo, todos presos del poder de Morfeo, sueñan con
mejores salarios, buenas calificaciones, novias despampanantes, príncipes
azules, autos propios, fortunas incalculables, curas para males de familia(res),
padres y madres que no conocieron, sueñan con gente que ya perdieron.
Con un botón le hacemos
cosquillas a nuestro transporte para indicarle que debemos abandonarlo, nos
escupe a las calles de cemento, arena y grava adornada con chicles infinitos
que por las noches cuentan la vida y obra de quienes los desecharon cuando
perdieron su dulce sabor, algunos son tan viejos como la ciudad, otros
consiguieron migrar a nuevos destinos gracias a la ayuda de algún zapato, bota,
tenis o zapatilla, solo para fundirse, nuevamente, con el pavimento hasta no saber si son un
chicle embarrado en el concreto o concreto embarrado en un chicle, cuando los
ángeles vuelvan a llorar intentarán escapar de su prisión de piedra gris y se
buscarán el mar para ser libres.
Indigentes fulminados por el
cansancio, de buscarse a sí mismos, yacen en las banquetas y parques que encuentro en mi camino, esquivo a mi paso
zombis cabizbajos hambrientos de esperanza
y les asusta mi paso veloz, ¿dónde es el incendio?, se preguntan, pero
nadie les responde, y me ven perderme a lo lejos con rumbo desconocido, para
ellos.
El Sr. Conejo me enseñó que
siempre se hace tarde y no hay tiempo que perder, ansío llegar a mi destino que
me espera con la promesa de un brebaje oscuro que me termine de ubicar en la
realidad, antes de esa taza humeante todo lo demás ha sido un sueño, un engaño,
cuando rompo mi ayuno involuntario sé que realmente he despertado, desde quedé
sin alas así son mis días.
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