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VI
Escuchaba una voz a lo lejos, aún estaba aturdido, todo estaba tan oscuro que no sabía si me había quedado ciego del golpe, entonces intenté moverme y ni madres, tenía atadas mis muñecas y tobillos, recostado sobre una mesa de acero inoxidable no iba a ir a ningún lado, el olor nauseabundo en el aire y el zumbido de las moscas al revolotear alrededor terminaron de ayudarme a recuperar la conciencia, escuché un chirrido en algún lugar de la penumbra, sabía que se movía porque mis oídos percibían el ruido de un lado y de otro, entonces una luz se encendió, justo sobre mí, supe que estaba en la lavandería porque ya con esa iluminación se alcanzaban a ver secadoras y lavadoras alrededor, apenas mis ojos lograban acostumbrase a la luz cuando un par de destellos rojos llamaron mi atención, primero estaban en una esquina y de pronto ya estaban en el techo, casi me cago cuando vi que se movían en dirección a mí.
Parecía inminente que aquella cosa de destellos rojos avanzara hacia donde yo estaba, pero una voz le ordenó que se detuviera, fue entonces que reconocí a aquel ente que apenas segundos antes caminaba por el techo y ahora estaba en el piso con una sudadera enorme y capucha; era el hijo del encargado.
Seguía haciendo ruiditos extraños, chirridos, avanzaba hacia mi sosteniendo en sus manos una calabaza de plástico con una cara dibujada, era una calabaza de Halloween, y cuando estuvo más cerca por fin pude ver su rostro, si a eso se le podía llamar rostro, era una especie de insecto gigante, uno cincuenta de altura, ovalado y todo lo demás oculto en esa sudadera enorme, estaba a punto de preguntarle qué era pero una voz en la escalera disolvió algunas dudas, era el encargado que venía bajando mientras recitaba algo:
“Cimex lectularius, vulgarmente conocido como chinche o chinche de las camas, insecto hemíptero de la familia Cimicidae. Su alimentación es hematófaga, es decir, se nutre con sangre de humanos y otros animales de sangre caliente. Su nombre vulgar proviene del hábitat frecuentemente usado: colchones, sofás y otro mobiliario. Aunque no es estrictamente nocturno su mayor actividad la desarrolla por la noche.
Esta especie de chinche es la que mejor se ha adaptado al entorno humano. Se encuentra en climas templados de todo el mundo y se alimenta de sangre.
Las chinches de las camas están normalmente activas después de la puesta de sol, con un pico en su alimentación alrededor de una hora antes del amanecer. Sin embargo, pueden intentar alimentarse en otras horas si se da la oportunidad. Han sido observadas alimentándose en todas las horas del día. Alcanzan a su víctima desplazándose o incluso algunas veces subiendo por las paredes de habitaciones hasta el techo y dejándose caer sobre alguna persona cuando la detectan por el calor que desprendemos los humanos. Atraídos por el calor y el dióxido de carbono que exhalamos por la respiración, la chinche perfora la piel de su víctima con una especie de dos tubos huecos de su aparato bucal. Con uno de ellos extrae la sangre de su huésped y con el otro inyecta su saliva la cual contiene anticoagulantes y anestésicos.”
Le hice saber al encargado que estaba sorprendido por su conocimiento de la criatura y cínicamente me dijo que lo había leído en Wikipedia, que tampoco sabía nada al respecto, pero tuvo curiosidad de entender con qué estaba tratando cuando descubrió a aquel ser que le pareció maravilloso. No quise interrumpirlo pero, a mí me preocupaban tres cosas que dijo en su exposición: alimentación hematófaga, activo después de la puesta de sol y perfora la piel de su víctima con una especie de dos tubos huecos de su aparato bucal.
VII
Aquel tipo llegó a un costado de la mesa donde me tenía atado y me contempló orgulloso de su captura, comenzó a caminar alrededor de la mesa mientras me miraba con indiferencia. Cual villano de televisión continuó con su monólogo; dijo saber lo que yo estaba pensando, ¿de dónde venía la criatura? ¿cómo es que había crecido tanto? ¿Por qué estaba con él?
Dijo que el origen le era desconocido, que cuando había entrado a trabajar allí, comenzó encontrando cadáveres de ratas, después perros, los empleados decían ver cosas, todos terminaron renunciando, él se quedó solo en el lugar y cierto día cuando bajó a buscar unas sábanas, extraños ruidos llamaron su atención, la criatura se estaba alimentado de un pastor alemán, si bien ambos tuvieron miedo, el encargado le lanzó un chocolate que traía con él, la criatura lo tomó con sus extremidades, el olor le agradó y lo comió, la interacción creció entre ambos, el encargado era un hombre solo, no volvió a contratar más gente, aquel era su secreto, uno podría pensar que existen mascotas exóticas pero él no lo vio así, aquella cosa le hacía compañía, sabía que el mundo no lo aceptaría, que se lo llevarían y los descuartizarían para estudiarlo, entonces no dijo nada y lo terminó queriendo como a un hijo, le puso ropa, le enseñó cosas para ayudarlo en el motel, pero hubo hábitos que nunca pudo borrarle, porque eran parte de su naturaleza, sin mencionar que dependía de eso hábitos para vivir, y eso era alimentarse de sangre, el problema fue que las cantidades fueron en aumento ya que también la criatura creció con el tiempo. El hambre lo llevó a los perros, los perros ya no fueron suficientes, siguieron los vagabundos y drogadictos, pero la “comida” comenzó a escasear y el motel fue el lugar perfecto para seguir alimentando a su hijo porque un padre siempre quiere lo mejor para su hijo.
Justo eso pensé cuando vi como don Hipólito bajaba sigilosamente las escaleras mientras el encargado se encontraba poniéndole un chocolate en su calabaza al engendro y a su vez le acomodaba su capucha, fue tiempo suficiente como para que don Hipólito lograra liberar mis muñecas, me entrego el cuchillo cebollero que momentos antes había usado para amenazarme pero la criatura se dio cuenta de todo y lanzó un chirrido ensordecedor, saltó para pegarse al techo y con agilidad felina reptó por sobre nuestras cabezas hasta llegar a mi rescatador sobre el cual se precipitó salvajemente comenzando una lucha en el piso mientras yo terminaba de cortar las sogas de mis tobillos, pero el encargado no se quedó con las manos cruzadas intentó someterme pero justo había liberado mis tobillo y de una patada lo golpeé con tal fuerza que al retroceder se golpeó con las lavadoras que estaban a su espalda.
Aproveché para tratar de ubicar mis cosas, mi arma en especial, Hipólito y la criatura rodaban como perros en el piso, aun con el arma en la mano iba ser difícil dispararle a la chinche gigante, en su lucha ambos tiraban todo lo que estaba alrededor, escuché que se rompían cosas de vidrio, frascos, caían, recipientes de detergentes y otros productos de lavado, mi error fue tardar tanto en saber qué hacer pues por estar mirando la pelea el encargado del motel hizo una jugada que no esperaba, escuché un disparo, por reflejo me tiré al piso, me revisé inmediatamente para ver si había recibido algún daño, no siempre te enteras que estas herido debido a la adrenalina, pude ver a la criatura y a don Hipólito justo del otro lado del cuarto de lavado, ya no peleaban pero ambos seguían tirados en el piso, me acerqué a don Hipólito, estaba gravemente herido, las extremidades de la chinche le habían lastimado profundamente en varios puntos vitales, se desangraba, me tomó por la nuca y me acercó para susurrarme algo cuando un grito desgarrador nos tomó por sorpresa, se trataba del encargado del motel, estaba arrodillado frente a la criatura que aparentemente ya no estaba con vida, la bala que el encargado había disparado rebotó en algún sitio y mató a su hijo; aquel hombre lloraba desconsolado ante su perdida, don Hipólito con las pocas fuerzas que me quedaban me volvió a jalar para que lo escuchara, me pidió que corriera y después me intentó empujar, yo no entendía nada hasta que vi que de su bolsillo sacó un encendedor y un cigarro, levantó un poco su cabeza, le dio una fuerte calada y cuando el tabaco hizo una braza fuerte lo aventó sobre un líquido que estaba sobre el piso para después desvanecerse por completo, las llamas nos rodearon en cuestión de segundos, busqué al encargado pero paredes de fuego me impedían llevarlo conmigo, el hombre seguía llorando su pérdida, yo no pude hacer nada y busqué salir del lugar antes de que el humo me impidiera respirar, tuve que gatear hasta la escalera, salí corriendo en cuanto estuve fuera del sótano hasta la calle, el motel ardía de manera impresionante, la columna de humo subía cubriendo la luna, dicen que las de octubre son las más bonitas, y aquella noche había sido la única testigo de lo que había ocurrido en ese lugar, al final no hubo vampiro, ni asesino que presentar ni justicia que impartir, nuevamente la magia bizarra del Halloween se había manifestado en todo su esplendor y a la vez se había desvanecido como la pesadilla que había sido.
Mi jefe me dio la putiza de mi vida, porque la prensa nos había vapuleado en los titulares, pero le dije al jefe que lo viera por el lado amable, me sentenció al archivo de la oficina por un mes, al cabo que ni me importaba porque allá trabajaba doña Lupita que siempre me invitaba tamales y un café bien cargado, eso no era castigo para mí, y cuando me aventó el periódico y lo caché como pude aun lado de la nota del incendio del motel “Lo Oscurito” se encontraba otra nota que para muchos pasaba desapercibida decía: “Plaga de chinches ataca la Universidad Nacional”, se dibujó una sonrisa torcida en mi rostro, ya había tenido suficiente de chinches en mi vida, doblé el periódico, me lo puse bajo la axila derecha, le hice un saludo militar a mi jefe y me fui a cumplir mi condena con doña Lupita que ese día había llevado chanchamitos de costilla de cerdo, antes de cerrar la puerta detrás de mi le desee un feliz Halloween a mi jefe, escuché que me gritó: ¡esas son gringadas! Mientras aventaba algo que se estrello contra la puerta cuando la cerré.
Cuando salí de la oficina pasé por una tienda y mientras buscaba unas cervezas miré una bolsa de chocolates como el que el encargado del motel le daba a su “hijo”, compré dos bolsas, llegué a casa, me senté en un sillón que estaba en el pórtico de la casa y esperé a los niños que esa noche pasarían a pedir dulces, de niño no me dejaban ir a pedir dulces ni disfrazarme, ¿por qué iba yo a aguarles la fiesta?, los niños suelen decir ¡dulce o truco!, hay cosas peores de chavitos pedinches buscando su dosis de azúcar porque ese Halloween en especial la condicionante, por lo menos en “Lo Oscurito” fue ¡Sangre o truco!
fin
Capítulos anteriores:
SANGRE O TRUCO: CAPITULO I
SANGRE O TRUCO: CAPITULO II
SANGRE O TRUCO: CAPITULO III
SANGRE O TRUCO: CAPITULO IV
SANGRE O TRUCO: CAPITULO V