ILUSTRACIÓN CREADA CON IA
Al abuelo Nilo le gustaba que sus nietos le rascaran la espalda, para incentivarlos les pagaba 50 centavos y les proporcionaba un peine de bolsillo para aquella simple tarea que los niños debían hacer. Raúl y René tenían 7 y 9 años respectivamente, con el dinero que el abuelo les daba compraban dulces en la tienda de la esquina, eran tiempos en los que el dinero valía, no había celulares ni internet y la radio así como los periódicos eran las únicas maneras de estar informados, eran tiempos en los que todo podía suceder.
A Raúl y René les gustaba visitar a su abuelo en su cuarto, lo encontraban sentado en un sillón justo frente a la ventana de cuya luz se ayudaba para leer el periódico que, aunque ya tenía más de una semana de haberse publicado, el abuelo leía con sumo interés. La esbelta figura del abuelo encorvado, con la pierna cruzada sobre la otra y que a la vez servía de soporte para sostener las páginas del diario que leía hacían difícil creer que alguna vez fue un aventurero cazador de tesoros, otrora hombre fornido de 1.90 de estatura y 100 kg de peso, de eso ya solo las fotografías daban fe de lo que un día había sido.
En su cuarto el abuelo tenía mapas, brújulas, libros, recortes de periódicos de reportajes reconociéndole sus logros y hasta medallas al valor, memorias de tiempos mejores.
Cuando los niños entraban al cuarto del abuelo este no escuchaba sus pasos y cuando se percataba de la agradable visita los saludaba efusivamente, sabía que era hora de su rascada de espalda, entonces levantaba su playera para dejar al descubierto un espinazo huesudo sobre cuya piel, además de lunares y manchas, se encontraban tatuadas unas "figuritas" extrañas que a sus nietos causaban curiosidad, alguna vez les dijo que eran símbolos de protección, le preguntaban contra qué y el viejo no respondía, cuando los niños insistían en preguntar el abuelo daba por terminada la rascada de espalda, pagaba el servicio, despedía a sus rascadores y se quedaba encerrado en su cuarto.
En una ocasión mientras los niños jugaban en la casa pasaron por el cuarto del abuelo y vieron la puerta entre abierta, les pareció escuchar que el abuelo hablaba con alguien, los hermanos decidieron asomarse uno sobre el otro para saber quién era el interlocutor de su abuelo, pero solo el anciano hablaba como en una especie de monólogo, decía cosas sin sentido como: -más a la derecha-, -más a la izquierda-, -no tan fuerte-, -me estás lastimando-, pero desde donde los niños estaban arrimados solo podían ver al abuelo de frente sentado en la cama, con la playera levantada de la espalda hasta casi la cabeza retorciéndose de manera graciosa, los curiosos niños perdieron el equilibrio cayendo uno sobre el otro dejándolos al descubierto y rodando hacia adentro de la habitación, justo en ese momento vieron como caía también al piso lo que parecía ser una varita con algo unido en un extremo, Raúl el más pequeño se apresuró a levantar el objeto para el anciano que de manera enérgica se la arrebató de las manos, los niños se asustaron pues vieron muy molesto al abuelo que simplemente les ordenó que se fueran a jugar a otro lado, los chiquillos estaban tan asustados que salieron corriendo del cuarto.
Esa no fue la única ocasión en la que los niños habían escuchado que el abuelo parecía hablar solo, de hecho Raúl le había contado a su hermano que aquella vez que el abuelo los descubrió espiándolo el objeto que había recogido del piso era una especie de mano huesuda, verde y de unas largas uñas incrustada en una vara de madera, René no le creyó a su hermano y le dijo que seguro había sido producto de su imaginación y que independientemente de ello el abuelo coleccionaba cosas raras, momias de criaturas diminutas, insectos raros y esas cosas.
Una noche de tormenta Raúl tuvo ganas de ir al baño, era media noche, el estruendo de los rayos le daban pavor por lo que despertó a su hermano René y le pidió que le acompañara al baño pues estaba muy oscuro y al parecer la electricidad había fallado, tomaron una lampara de baterías y caminaron por el pasillo hacia el baño, para llegar hasta allí debían pasar por el cuarto del abuelo que nuevamente parecía hablar solo pero ahora la puerta de su cuarto entre abierta dejaba escapar una luz verdosa, ellos no recordaban que en la casa hubiera una lampara así, René le dijo a Raúl que se asomarían pero este le advirtió que si el abuelo los descubría ahora sí les iría mal, sin embargo la curiosidad fue mayor que el miedo y se asomaron por donde salía el destello verde, vieron al abuelo sentado en la cama mirando a la ventana del cuarto con la espalda descubierta mientras el objeto que había visto Raúl antes flotaba moviéndose solo rascando la espalda del abuelo mientras despedía un brillo verde, los hermanos estaban atónitos, se voltearon a ver y por mas que se frotaron los ojos para descartar que estuvieran viendo mal la escena no cambiaba, decidieron esperar un momento para ver qué más ocurría, una vez que el viejo estuvo satisfecho y aliviado de su comezón de espalda alargó su brazo hacia atrás y tomó su “rascador de espalda”, lo guardó en un cajón de la cómoda junto a su cama quedando todo en oscuridad, los niños apagaron su lampara para no ser delatados y volvieron a su cuarto en silencio, después de lo que habían visto se les quitaron las ganas de ir al baño.
Los días posteriores los niños evitaron encontrase a solas con el abuelo y no hicieron otra cosa que conversar sobre lo que habían visto, el abuelo trataba de sacarles plática por las mañanas en las que coincidían en el comedor de la casa pero los chicos solo contestaban con monosílabos, su madre les dijo que andaban muy sospechosos a lo que el abuelo concluía diciendo que seguro planeaban algo y no andaba errado del todo ya que sus nietos estaban decididos a ver más de cerca aquel objeto volador y justo esa mañana escucharían lo que necesitaban, el abuelo le recordó a la madre de los niños que saldría de viaje por un trámite y que estaría ausente por un par de días, entonces los niños se miraron al mismo tiempo y supieron que esa era la oportunidad que habían estado esperando.
Al caer la tarde el abuelo tomó su sombrero, una gabardina negra y un paraguas pues el cielo estaba totalmente nublado amenazando lluvia, partía a esa hora pues tendría que viajar en tren toda la noche para llegar a la ciudad por la mañana, los niños hacían como que jugaban en la sala esperando a que el abuelo por fin se fuera de la casa, el anciano pasó junto a ellos y se despidió esperando a que los niños le dieran un brazo de despedida pero apenas y lo tomaron en cuenta, el anciano pensó en que cuando estuviera de regreso tendía que hablar seriamente con ellos.
Los niños esperaron pacientemente un par de horas antes de poner en acción su plan, cenaron con su madre y como nunca en la vida se retiraron a su habitación temprano. Esperaron a que en la casa se apagaran las luces y que tanto su madre como la servidumbre se encerraran en sus habitaciones, entonces supieron que era el momento.
Raúl y René salieron de sus camas y su habitación a hurtadillas, afuera un aguacero torrencial amenazaba con arrastrar todo lo que encontrara, cualquier ruido asustaba a los niños que sabiendo que lo que hacían estaba mal seguían adelante con su plan, ya habría tiempo para arrepentirse después.
Llegaron hasta la puerta del cuarto del abuelo y para suerte de los chicos esta no tenía puesto el cerrojo así que entraron sin problemas, la puerta rechinó como nunca, los niños manotearon uno al otro indicándose mutuamente que el ruido los delataría, curiosamente esa puerta nunca había emitido rechinido alguno, era como una especie de señal que los invitaba a desistir de sus intenciones, pero aun así siguieron adelante.
Los hermanos constantemente se empujaban tratando de evitar ir al frente de su osada aventura, la habitación que tantas veces habían visitado y recorrido ahora se les hacía extrañamente inmensa, por más que avanzaban sentían que no llegaban hasta donde se encontraba el objeto de su curiosidad.
Después de varios pasos empujones y dudas llegaron hasta el buró, ninguno de los dos se atrevía a abrir el cajón y extraer su contenido, entonces René tomó la iniciativa, abrió el cajón y allí estaba, una mano huesuda y verdosa con los dedos contraídos, de tamaño pequeña, sostenida por una varita de madera que el abuelo usaba para que le rascara la espalda, pero ahora se veía tan ordinaria, no emitía brillo alguno, y no se movía sola, la examinaron bien, era tenebrosa, trataban de adivinar a qué animal había pertenecido, a un mono, a un mapache o a algo más, en eso estaban cuando un ruido los alertó, la mano comenzó a brillar y los dedos comenzaron a moverse entonces de entre las sombras una criatura saltó ante ellos siendo visible gracias al fulgor verdosos de la mano, se trataba de una especie de duende color verde, orejas puntiagudas, ojos rojos, con taparrabos y le hacía falta una mano, en su lugar tenía una especie de garfio, con voz chillona reclamó lo que era suyo, -creo que eso me pertenece niñitos- dijo con ironía el duende, fue entonces que los niños lo entendieron, aquel objeto que su abuelo utilizaba para rascarse la espalda era una mano de duende.
La criatura los observó por un instante como disfrutando el temor que les ocasionaba a los niños, saboreaba ese aroma a miedo que lo hacía sentir vivo, sabía que los niños estaban indefensos contra él así que se tomó su tiempo, -su abuelo no fue muy amable cuando me cortó mi mano, el muy maldito quería que le revelara en dónde escondía mi tesoro- le contó a los niños, -pero a hora podré recuperar mi mano y de paso llevarme un par de trofeos, solo que en lugar de manos les cortaré la cabeza, las reduciré y me las pondré de collar-, los niños gritaron ante la amenaza del duende que colérico levantó su muñón que terminaba en garfio cuando un relámpago dejó ver detrás suyo la silueta de un hombre que le gritó -¡Detente engendro del infierno!-, la criatura reconoció esa voz y se le heló la sangre, supo que estaba perdido, en cuestión de segundos el anciano activó un mecanismo en su paraguas dejando salir una delgada y afilada hoja de espada con la que decapitó al duende que aún con la cabeza en el piso lanzó maldiciones para el viejo antes de que su verdoso cuerpo se desintegrara y se volviera cenizas, acto seguido los niños gritaron -¡Abuelo!- y corrieron a abrazar al anciano que aliviado abrazó a sus nietos sabiendo que después de tanto tiempo se había desecho de aquella amenaza que siempre lo había asechado desde las sombras.
Después de los abrazos y entre lágrimas de alegría de los niños le preguntaron al abuelo cómo supo que estaban en problemas a lo que el abuelo simplemente respondió -Digamos que me picaba la espalda-.
3 comentarios:
se nota un cambio en tu narrativa o manera de contar la historia,la experiencia quizas hace que en esta ocasión nos compartas un cuento realmente sobrio y con tintes de fantasía y misterio ,muchas felicidades!!! y gracias por compartir
Gracias por leer, aprecio tu tiempo y dedicación. Saludos.
Me gusto!!!! Definitivamente tooooodos en algún momento somos esa manita rascadora, felicidades!
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