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jueves, octubre 17, 2024

MANO DE DUENDE: CUENTO.

       ILUSTRACIÓN CREADA CON IA

Al abuelo Nilo le gustaba que sus nietos le rascaran la espalda, para incentivarlos les pagaba 50 centavos y les proporcionaba un peine de bolsillo para aquella simple tarea que los niños debían hacer. Raúl y René tenían 7 y 9 años respectivamente, con el dinero que el abuelo les daba compraban dulces en la tienda de la esquina, eran tiempos en los que el dinero valía, no había celulares ni internet y la radio así  como los periódicos eran las únicas maneras de estar informados, eran tiempos en los que todo podía suceder.

A Raúl y René les gustaba visitar a su abuelo en su cuarto, lo encontraban sentado en un sillón justo frente a la ventana de cuya luz se ayudaba para leer el periódico que, aunque ya tenía más de una semana de haberse publicado, el abuelo leía con sumo interés. La esbelta figura del abuelo encorvado, con la pierna cruzada sobre la otra y que a la vez servía de soporte para sostener las páginas del diario que leía hacían difícil creer que alguna vez fue un aventurero cazador de tesoros, otrora hombre fornido de 1.90 de estatura y 100 kg de peso, de eso ya solo las fotografías daban fe de lo que un día había sido.

          IMAGEN CREADA CON IA 

En su cuarto el abuelo tenía mapas, brújulas, libros, recortes de periódicos de reportajes reconociéndole sus logros y hasta medallas al valor, memorias de tiempos mejores.

Cuando los niños entraban al cuarto del abuelo este no escuchaba sus pasos y cuando se percataba de la agradable visita los saludaba efusivamente, sabía que era hora de su rascada de espalda, entonces levantaba su playera para dejar al descubierto un espinazo huesudo sobre cuya piel, además de lunares y manchas, se encontraban tatuadas unas "figuritas" extrañas que a sus nietos causaban curiosidad, alguna vez les dijo que eran símbolos de protección, le preguntaban contra qué y el viejo no respondía, cuando los niños insistían en preguntar el abuelo daba por terminada la rascada de espalda, pagaba el servicio, despedía a sus rascadores y se quedaba encerrado en su cuarto.

En una ocasión mientras los niños jugaban en la casa pasaron por el cuarto del abuelo y vieron la puerta entre abierta, les pareció escuchar que el abuelo hablaba con alguien, los hermanos decidieron asomarse uno sobre el otro para saber quién era el interlocutor de su abuelo, pero solo el anciano hablaba como en una especie de monólogo, decía cosas sin sentido como: -más a la derecha-, -más a la izquierda-, -no tan fuerte-, -me estás lastimando-, pero desde donde los niños estaban arrimados solo podían ver al abuelo de frente sentado en la cama, con la playera levantada de la espalda hasta casi la cabeza retorciéndose de manera graciosa, los curiosos niños perdieron el equilibrio cayendo uno sobre el otro dejándolos al descubierto y rodando hacia adentro de la habitación, justo en ese momento vieron como caía también al piso lo que parecía ser una varita con algo unido en un extremo, Raúl el más pequeño se apresuró a levantar el objeto para el anciano que de manera enérgica se la arrebató de las manos, los niños se asustaron pues vieron muy molesto al abuelo que simplemente les ordenó que se fueran a jugar a otro lado, los chiquillos estaban tan asustados que salieron corriendo del cuarto.

Esa no fue la única ocasión en la que los niños habían escuchado que el abuelo parecía hablar solo, de hecho Raúl le había contado a su hermano que aquella vez que el abuelo los descubrió espiándolo el objeto que había recogido del piso era una especie de mano huesuda, verde y de unas largas uñas incrustada en una vara de madera, René no le creyó a su hermano y le dijo que seguro había sido producto de su imaginación y que independientemente de ello el abuelo coleccionaba cosas raras, momias de criaturas diminutas, insectos raros y esas cosas.

Una noche de tormenta Raúl tuvo ganas de ir al baño, era media noche, el estruendo de los rayos le daban pavor por lo que despertó a su hermano René y le pidió que le acompañara al baño pues estaba muy oscuro y al parecer la electricidad había fallado, tomaron una lampara de baterías y caminaron por el pasillo hacia el baño, para llegar hasta allí debían pasar por el cuarto del abuelo que nuevamente parecía hablar solo pero ahora la puerta de su cuarto entre abierta dejaba escapar una luz verdosa, ellos no recordaban que en la casa hubiera una lampara así, René le dijo a Raúl que se asomarían pero este le advirtió que si el abuelo los descubría ahora sí les iría mal, sin embargo la curiosidad fue mayor que el miedo y se asomaron por donde salía el destello verde, vieron al abuelo sentado en la cama mirando a la ventana del cuarto con la espalda descubierta mientras el objeto que había visto Raúl antes flotaba moviéndose solo rascando la espalda del abuelo mientras despedía un brillo verde, los hermanos estaban atónitos, se voltearon a ver y por mas que se frotaron los ojos para descartar que estuvieran viendo mal la escena no cambiaba, decidieron esperar un momento para ver qué más ocurría, una vez que el viejo estuvo satisfecho y aliviado de su comezón de espalda alargó su brazo hacia atrás y tomó su “rascador de espalda”, lo guardó en un cajón de la cómoda junto a su cama quedando todo en oscuridad, los niños apagaron su lampara para no ser delatados y volvieron a su cuarto en silencio, después de lo que habían visto se les quitaron las ganas de ir al baño.

Los días posteriores los niños evitaron encontrase a solas con el abuelo y no hicieron otra cosa que conversar sobre lo que habían visto, el abuelo trataba de sacarles plática por las mañanas en las que coincidían en el comedor de la casa pero los chicos solo contestaban con monosílabos, su madre les dijo que andaban muy sospechosos a lo que el abuelo concluía diciendo que seguro planeaban algo y no andaba errado del todo ya que sus nietos estaban decididos a ver más de cerca aquel objeto volador y justo esa mañana escucharían lo que necesitaban, el abuelo le recordó a la madre de los niños que saldría de viaje por un trámite y que estaría ausente por un par de días, entonces los niños se miraron al mismo tiempo y supieron que esa era la oportunidad que habían estado esperando.

Al caer la tarde el abuelo tomó su sombrero, una gabardina negra y un paraguas pues el cielo estaba totalmente nublado amenazando lluvia, partía a esa hora pues tendría que viajar en tren toda la noche para llegar a la ciudad por la mañana, los niños hacían como que jugaban en la sala esperando a que el abuelo por fin se fuera de la casa, el anciano pasó junto a ellos y se despidió esperando a que los niños le dieran un brazo de despedida pero apenas y lo tomaron en cuenta, el anciano pensó en que cuando estuviera de regreso tendía que hablar seriamente con ellos.

Los niños esperaron pacientemente un par de horas antes de poner en acción su plan, cenaron con su madre y como nunca en la vida se retiraron a su habitación temprano. Esperaron a que en la casa se apagaran las luces y que tanto su madre como la servidumbre se encerraran en sus habitaciones, entonces supieron que era el momento.

Raúl y René salieron de sus camas y su habitación a hurtadillas, afuera un aguacero torrencial amenazaba con arrastrar todo lo que encontrara, cualquier ruido asustaba a los niños que sabiendo que lo que hacían estaba mal seguían adelante con su plan, ya habría tiempo para arrepentirse después.

Llegaron hasta la puerta del cuarto del abuelo y para suerte de los chicos esta no tenía puesto el cerrojo así que entraron sin problemas, la puerta rechinó como nunca, los niños manotearon uno al otro indicándose mutuamente que el ruido los delataría, curiosamente esa puerta nunca había emitido rechinido alguno, era como una especie de señal que los invitaba a desistir de sus intenciones, pero aun así siguieron adelante.

Los hermanos constantemente se empujaban tratando de evitar ir al frente de su osada aventura, la habitación que tantas veces habían visitado y recorrido ahora se les hacía extrañamente inmensa, por más que avanzaban sentían que no llegaban hasta donde se encontraba el objeto de su curiosidad.

Después de varios pasos empujones y dudas llegaron hasta el buró, ninguno de los dos se atrevía a abrir el cajón y extraer su contenido, entonces René tomó la iniciativa, abrió el cajón y allí estaba, una mano huesuda y verdosa con los dedos contraídos, de tamaño pequeña, sostenida por una varita de madera que el abuelo usaba para que le rascara la espalda, pero ahora se veía tan ordinaria, no emitía brillo alguno, y no se movía sola, la examinaron bien, era tenebrosa, trataban de adivinar a qué animal había pertenecido, a un mono, a un mapache o a algo más, en eso estaban cuando un ruido los alertó, la mano comenzó a brillar y los dedos comenzaron a moverse entonces de entre las sombras una criatura saltó ante ellos siendo visible gracias al fulgor verdosos de la mano, se trataba de una especie de duende color verde, orejas puntiagudas, ojos rojos, con taparrabos y le hacía falta una mano, en su lugar tenía una especie de garfio, con voz chillona reclamó lo que era suyo, -creo que eso me pertenece niñitos- dijo con ironía el duende, fue entonces que los niños lo entendieron, aquel objeto que su abuelo utilizaba para rascarse la espalda era una mano de duende.

La criatura los observó por un instante como disfrutando el temor que les ocasionaba a los niños, saboreaba ese aroma a miedo que lo hacía sentir vivo, sabía que los niños estaban indefensos contra él así que se tomó su tiempo, -su abuelo no fue muy amable cuando me cortó mi mano, el muy maldito quería que le revelara en dónde escondía mi tesoro- le contó a los niños, -pero a hora podré recuperar mi mano y de paso llevarme un par de trofeos, solo que en lugar de manos les cortaré la cabeza, las reduciré y me las pondré de collar-, los niños gritaron ante la amenaza del duende que colérico levantó su muñón que terminaba en garfio cuando un relámpago dejó ver detrás suyo la silueta de un hombre que le gritó -¡Detente engendro del infierno!-, la criatura reconoció esa voz y se le heló la sangre, supo que estaba perdido, en cuestión de segundos el anciano activó un mecanismo en su paraguas dejando salir una delgada y afilada hoja de espada con la que decapitó al duende que aún con la cabeza en el piso lanzó maldiciones para el viejo antes de que su verdoso cuerpo se desintegrara y se volviera cenizas, acto seguido los niños gritaron -¡Abuelo!- y corrieron a abrazar al anciano que aliviado abrazó a sus nietos sabiendo que después de tanto tiempo se había desecho de aquella amenaza que siempre lo había asechado desde las sombras.  

Después de los abrazos y entre lágrimas de alegría de los niños le preguntaron al abuelo cómo supo que estaban en problemas a lo que el abuelo simplemente respondió -Digamos que me picaba la espalda-.

 


jueves, julio 30, 2020

CUENTO: LA ESTRATEGIA DEL MILLÓN CONTRA EL COVID-19.



"La mente es como un paracaídas: 

sólo funciona si se abre." 

-Albert Einstein.

 


  En algún lugar del trópico, de cuyo nombre no quiero acordarme, las muertes por COVID-19 no cesaban y los contagios seguían en aumento, el gobierno ya había gastado millones de pesos en estrategias publicitarias, reconversiones hospitalarias y compras de burbujas itinerantes para afrontar la situación; sumando más de mil defunciones y promediando 200 contagios al día ya no se sabía qué más hacer.

   La ironía del asunto era que los ciudadanos no ponían un poco de su parte, de haberlo hecho los contagios seguramente hubiesen bajado considerablemente dándole un respiro a todo el sector salud.

   Justo cuando se pensaba que todo estaba perdido, un funcionario que administraba las redes sociales del gobernador encontró un comentario que llamó su atención en el twitter:

    -Les disminuyo el problema del contagio y hago que la gente se quede en casa.

   El funcionario pensó que estaba enloqueciendo al pensar que algún bueno para nada en las redes tuviese la solución a los problemas del contagio, pero también consideró que no tenía nada que perder, así que contactó al sujeto que hacía aquel ofrecimiento en las redes y se prometió ser muy asertivo ante la supuesta solución.

   Quedaron de verse en uno de los pocos lugares que lograron abrir durante la nueva normalidad, un café modesto que ofertaba sus productos orgánicos.

   El funcionario llegó primero y pidió un café expreso de cosecha veracruzana, para ser más específico, de la región de Coatepec, se notaba que trabajaba en el gobierno del estado porque hasta pareciera que el uniforme oficial en el sureste es la guayabera blanca manga larga, lentes de pasta, cabello peinado hacia atrás con harto gel´s y smartphone de última generación para twittear mejor los programas del gobierno.

   Estaba dándole un sorbo a su café cuando la campanilla de la puerta del establecimiento dio fe de la llegada de un sujeto de short con bolsas a los lados, piernas velludas, zapato de campismo con calcetines tan cortos que parecían inexistentes, lentes oscuros, arete en lóbulo izquierdo, playera de Dragón Ball y un nido enmarañado por cabello, sin ser rastas necesariamente.

   El funcionario pensó: -Tiene que ser una broma-, al verlo no sabía si se trataba de un indigente o del sujeto que le había ofrecido la solución a todos sus problemas, así que decidió preguntarle.

   -Joven, ¿usted es quien dice tener la solución a los contagios?

   -Así es mi estimado.

   -Bien. ¿Es usted médico?

   -Nop.

   - ¿Químico?

   -Nop.

   - ¿Biólogo?

   -Nop.

   - ¿Científico?, ¿Chamán?, ¿Brujo?

   -Bueno, creo que soy todo eso y más.

   -Entonces, ¿Cuál es su profesión?

   -Soy comunicólogo, bueno casi, porque no me he titulado.

   El funcionario no lo podía creer, estaba perdiendo su tiempo, buscó su billetera, tomó un billete de $200, lo tiró en la mesa, se puso de pie y, visiblemente molesto enfiló hacia la salida, justo cuando la campanilla avisó que estaban abriendo la puerta, se escuchó al comunicólogo, que aún no se titulaba pero que técnicamente ya era comunicólogo, gritarle al funcionario.

   - ¿No vas a escuchar mi propuesta?

 

   En la puerta el funcionario deteniendo la puerta,

   -Amigo creo que he venido a perder el tiempo, no creo que tengas nada que pueda interesarme.

   El comunicólogo muy confiado desde la mesa, mientras doblaba el billete y se lo guardaba en una de las bolsas laterales de su pantalón corto le respondió.

   -Solo te voy a decir una cosa, si estoy en lo correcto, puedes ir pensando en el mejor puesto que se te ocurra porque después de que esto funcione tu carrera política va a cambiar para siempre.

   El funcionario que, claramente ya había soñado con un mejor puesto en el gobierno lo pensó por un momento mientras estaba allí parado en la puerta mirando en dirección a su auto intentando no salir huyendo de lo que parecía una oportunidad para un futuro mejor, respiró profundamente y regresó a la mesa, con el comunicólogo que aún no se había titulado, tomó asiento y le dijo.

   -Bien, tienes toda mi atención.

   Una semana después en el bajo mundo de funcionarios de gobierno se rumoraba de una loca estrategia que los altos mandos del gobierno del estado implementarían para hacer que la gente se quedara en casa y que se daría conocer en la televisora del estado una tarde de lunes a las 05:10 pm.

   Y llegó el día, en cadena estatal de radio y tv así como en las cuentas oficiales se anunciaba la implementación de la estrategia que llevaría por nombre “La estrategia del millón”, para ello se ideó usar los medios de comunicación oficiales del estado para invitar a las ciudadanos ser parte de un juego llamado “UN MILLÓN CONTRA EL COVID”; para poder participar la gente debía estar pendiente de los diferentes medios de comunicación del gobierno del estado en donde se estarían dando pistas para formar cifras numéricas y, una vez que se dieran todas las pistas se les llamaría al azar a los participantes para preguntarles la cifra y así ganarse un millón de pesos.

   La estrategia parecía ridícula, pero obligaba a todos a quedarse en casa mirando el canal del estado ya que solo allí se darían las claves. Se desató una polémica por considerar aquello como una estrategia populista, pero el gasto que se haría era muy inferior a lo que ya se estaba gastando en salarios, insumos médicos y reconversiones hospitalarias, pusieron a prueba una semana el programa y las cifras de contagios disminuyeron dramáticamente.

   No hace falta decir que el funcionario que antes atendía redes se convirtió en diputado y llegó a ser atacado por pagar sueldos onerosos a un asesor estrafalario, un comunicólogo greñudo que según chismes de los medios, ni si quiera se había titulado.

 

  

  

 

  

  

  

 

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

 

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  


jueves, febrero 13, 2020

PETATES MÁGICOS

Petates mágicos
por: Eduardo Vargas Carrillo.






"¡Ven, oh sueño! Nudo seguro de la paz, 
asilo encantador del espíritu, 
bálsamo de la lucha, 
riqueza del pobre; 
liberación del prisionero, 
juez imparcial de los poderosos y de los humildes". 
-P. Sidney (Astrophel).








Tengo días con el mismo mal, las articulaciones chasquean y crujen a la menor provocación, rehúso a tomar medicina por saber que envenenan más mi cuerpo de lo que lo curan; yo prefiero lo natural. 

Llega la noche y no puedo dormir bien, paso del sueño profundo a sobresaltos abruptos causados por dolores musculares que me hacen pensar en algún mal incurable el cual consume todo mi ser. 

Así estuve muchos días, durmiendo de diferentes formas para ver qué sucedía. Y nada más no pasaba nada. Los dolores seguían, eso te hace pensar en hechicería, pero a nadie le decía, sabía que nunca lo entenderían.

Una noche justo antes de dormir asumí una postura nada convencional para así el sueño conciliar. Quería tener un descanso más normal, despertar sin dolor por la mañana, no sentirme golpeado y sin ganas.

Sobre mi lado izquierdo en posición fetal, con una almohada entre las piernas, para mi espalda alinear, los brazos cruzados como apretando a mi mal, a esos demonios que me quieren dañar, me dormí sintiendo un cierto alivio, como un luchador con  mis brazos asfixiaban a mi enemigo, ¿cual enemigo me preguntarán?, yo qué sé, ese que me jode y jode sin parar.

No tiene rostro eso que a mi cuerpo castiga, pero ya en el plano onírico no me lastima, ni si quiera existe ya ese dolor, en ese momento me siento mucho mejor y la casita luce rete bonita, ¿cuál casita?, me preguntan; esa que no ven, y en la que hay una viejita.

¿Cómo se llama la anciana?, se llama como ella quiera y diga, pero para este caso yo le llamo Rosita, y estamos como en una cocina chontal, afuera de la casa, como techo un tejaban. Estoy jugando allí en el suelo, tengo unos petates mágicos que doblo y desdoblo, en forma de triángulos, de rombos y no sé qué más, porque no entiendo.

¿Y cómo sé que son mágicos?, eso no sé si lo pueda explicar, solo sé que si esa anciana era Rosita, equivocado no puedo estar, mágicos recuerdos tengo de cuando Rosita vivía, sus secretos se fueron con ella y no volverían.

Y allí estaba con mis tapetes de petate mágicos, descifrando sus secretos como si supiera, pero que tonto pensar que todo eso así era, si de aquello nada de nada le entendía siquiera.

La magia no terminaba allí, una figura de piedra volcánica, como si tuviese fuego en su interior resplandecía, parecía una braza encendida, labrada una figura tenía; bien podría ser maya, olmeca o yo qué sabía.

Del otro lado de la habitación una especie de estufa, pero no era de gas y tampoco de carbón, grandes leños ardían sin cesar, ollas se calentaban pero no supe nada más, mi atención se vió totalmente secuestrada por luces que en la habitación deambulaban, esferas luminosas orbitando sin parar, conté solo tres pero pudieron ser muchas más.

¿Será que eran estrellas?, tal vez eran seres visitantes de otro planeta, tal vez eran ángeles jugando por diversión, seres de luz de otra dimensión, a esas alturas poco me importaba, el escenario era mágico, por nada lo cambiaba.

Cuando más a gusto me sentía, cuando pensaba que la magia existía, de todo aquello me vi separado, las maniobras de mis brazos perdieron efectividad porque seguro a mi mal dejaron escapar, regresó el dolor, la incertidumbre me hizo sollozar, un par de lágrimas de mis ojos dejé escapar. 

Me quedé sin la cocina, sin sus piedras brillantes, sin la leña que no se hace ceniza, sin la anciana Rosita y sin las luces divinas, sin el alivio en mi cuerpo, y otras muchas cosas que no veo en la realidad mezquina, sin los petates mágicos esos,que cuando los logras descifrar, te libran de todo mal.

miércoles, junio 14, 2017

XIMENA Y LARISSA CONTRA EL MONSTRUO DE PELOS

Dedico este cuento a mis hijas hermosas
 a quienes amo y fueron de gran inspiración para contar esta historia,
 XV/LV por siempre.










Ximena y Larissa contra el monstruo de pelos.
Autor: Eduardo Vargas Carrillo
10/06/2017


Había una vez un par de hermanas llamadas Ximena y Larissa que vivían con sus abuelitos y su mamá en una casa de la ciudad, las hermanas disfrutaban mucho de ir a sus clases de jazz con su maestra Bibi y además les gustaba mucho su escuela aunque levantarse temprano no era precisamente una práctica que fuera muy divertida, en lugar de eso preferían cantar, bailar y ver la tele, ya ni qué decir de jugar con el teléfono de mamá o con la tableta del abuelo al que sin decirle nada le descargaban juegos sin que él se diera cuenta, las hermanas eran algo traviesas.

Ximena era la mayor, con 6 años,  y la líder de la dupla Vargas-Barragán, le gustaba ser siempre quien dirigía los juegos, elegir las cosas que le gustaban y sobre todo servir de mediadora en cualquier conflicto, en una ocasión había evitado una guerra entre los grupos de segundo y tercer año de primaria debido a la disputa de unos dulces durante una fiesta, logró que los niños llegaran a un acuerdo sin que se tirara ni un solo golpe, aunque los golpes no le eran extraños había asistido a una clase de Lima Lama y había aprendido mucho, Larissa de 4 años, solía ser muy reservada, pero como decían su mamá y su papá: “traía la música por dentro”, era bien conocida por fingir indefensión ante quienes más la consentían, pero cuando se molestaba mucho podía hacer dos cosas: llorar o golpear a quien la hubiera provocado, se puede decir que era la ruda de la dupla Vargas-Barragán.

La gente les decía que aunque eran hermanas, en apariencia eran muy distintas, para comenzar Ximena aparentaba más edad, cosa que su papá también padeció de niño, al ser una niña grande le decían que se trataba de una niñona, sus ojos verdes cautivaban a la gente pero era difícil no haberlos heredado si su tatarabuela, su bisabuelo materno, su abuela materna, su abuelo paterno y su papá tenían ese color de ojos sin mencionar que todos eran de piel más clara, por otro lado Larissa traía la herencia de abuelita “Mango”, que en realidad se llamaba Magnolia pero como le constaba trabajo pronunciarlo mejor había quedado en decirle “Mango” en vez de Magno; la abuela Mango traía sangre más africana, Morena de cabello chino y ojos cafés claros, de ese mismo color eran los ojos de la mamá de Larissa y Ximena, por lo que Larissa tenía un color más moreno de piel y ojos cafés como su mami y su abuela.

Una mañana de fin de semana la señora de la limpieza barría la casa de Ximena y Larissa y a las hermanas les había llamado mucho la atención una gran bola de pelos revuelta con pelusas y otras basuritas, de primero pensaron que se trataba de una araña peluda, pero después de observarla bien llegaron a la conclusión de que no era así, con un poco de temor Ximena tomó con sus dedos índice y pulgar aquella esponjosa bola de pelos, que al no estar totalmente comprimida, estaba del tamaño del estropajo con el que se bañaban, en ese momento salió su mamá y les dijo que no jugaran con eso porque era basura, le quitó a Ximena aquel falso estropajo de pelo, lo puso entre sus palmas, la frotó como en círculos hasta convertirla en una pelotita diminuta de cabello.

-Seguramente es el pelo que le quité al cepillo esta mañana-, dijo la mamá de las hermanas Vargas-Barragan mientras se deshacía de lo que ahora no era más que una canica de pelo, muy chiquita.

Las hermanitas Vargas-Barragan gustaban de ver películas en línea, ese día miraban una versión infantil de la ya conocida historia de Frankenstein en donde gracias a la electricidad el monstruo volvía  a la vida, después salía al pueblo pero la gente le temía por su apariencia y lo perseguían con antorchas encendidas a las que les temía Frankenstein, odiaba el fuego, justo en ese momento la madre de las niñas pasaba por la habitación y no le pareció correcto que vieran ese tipo de película pues pensaba les podía ocasionar pesadillas a las pequeñas por lo que detuvo la película y mejor les buscó caricaturas.

Un día en la clase de ciencias de Ximena su maestro les enseñaba en qué consistía la electricidad estática, les explicó que se trataba del exceso de carga eléctrica en un cuerpo y para que entendieran mejor les enseñó a hacer un experimento; inflaron un globo, lo frotaron sobre su cabeza y al alejarlo vieron como sus cabellos eran atraídas por el globo como por arte de magia, también les había mencionado que el cuerpo humano acumulaba cargas eléctricas y que era por ello que en ocasiones cuando intentábamos saludar a alguien más, o tocar algún objeto, este nos daba una descarga, algo así como que toques, a Ximena ya le había pasado alguna vez, todo ese tema le había recordado la película de Frankenstein.

Una vez más había llegado el fin de semana y las hermanas Vargas-Barragan estaban en casa jugando cuando de nuevo vieron que la señora de la limpieza tenía en su recogedor bastantes cabellos, entonces Ximena recordó el experimento de la escuela y corrió a buscar un globo a su mochila, lo infló, lo frotó en su cabello y luego lo puso sobre los pelos sueltos del recogedor y vio cómo se pegaban al globo, esto le causó mucha gracia a Larissa quien pidió a Ximena la dejara intentarlo también.

-Esto es muy divertido hermana- le decía emocionada Larissa a Ximena.

El lunes siguiente en la escuela de las niñas el grupo de Larissa tuvo una plática sobre los piojos, los niños estaban fascinados con el tema sin mencionar que los estaba inundando un miedo tremendo a esos bichos, la doctora que estaba  de visita les contaba que el hogar de los piojos eran sus cabezas y que estos viajaban por medio de los cabellos, que los seres humanos tenemos en promedio entre cien mil y ciento cincuenta mil cabellos en la cabeza y que en promedio al día perdíamos de cincuenta y cien cabellos, al oír esto Larissa se alarmó y sin pensarlo gritó llevándose las manos a las mejillas.

-Nos vamos a quedar pelones como mi abuelito.

Todos en el salón comenzaron a reír y la doctora les explicó que eso era normal y que no iba a pasar por el momento, que si bien había gente a la que ya no le salía cabello, a ellos que eran niños, eso no les iba a ocurrir puesto que el cabello crecía por las noches, así que no había de qué preocuparse. Larissa se sintió aliviada y cuando tocaron el timbre para salir al recreo se olvidó de todo y se fue a jugar.

Ese día por la tarde, mientras acompañaban a su mamá a hacer las compras, las hermanas Vargas-Barragan vieron en el supermercado un tapete que les había gustado mucho porque era muy peludo y les gustaba porque se tiraban sobre él y lo sentían suave y divertido, como buenas consumidoras decidieron probarlo bien por lo que bailaron, saltaron y jugaron para convencer a su mamá que se trataba de una buena compra, cuando su madre las quiso tomar de la mano para quitarlas del tapete las tres sintieron “toques” lo que ocasionó que la mamá de la niñas diera un grito que inmediatamente la hizo sonrojarse y taparse la boca con ambas manos pero ya era demasiado tarde, la gente que estaba cerca la había volteado a ver mientras Larissa y Ximena se aventaban al piso debido a sus carcajadas.

-¡Electricidad Estática!- gritó Ximena.

Esa noche de vuelta a casa, y con el tapete nuevo en el cuarto de las niñas, Larissa se encontraba peinado a su muñeca Romina con un cepillo y vio cómo se le habían quedado algunos cabellos de la muñeca en el cepillo.

-No te preocupes Romina- le decía a manera de consuelo la niña a su muñeca -no te vas a quedar pelona, en la noche te va a crecer el cabello- mientras quitaba los rubios cabellos de Romina y los hacía bolita así como había visto a su mamá hacerlo.

Una tarde, cuando Ximena bajaba la escalera de la casa para ir a la sala vio pasar una bolita de pelo junto a ella, Larissa venía de tras muy divertida.

-La doctora dice que todos los días se nos caen cien cabellos, pero en la noche nos vuelven a salir.

Ese dato le pareció interesante a Ximena que pensó en la cantidad de cabello que seguramente la señora de la limpieza debía juntar durante la semana, así que decidió juntar todo el que encontrara para ver si le salían las cuentas, así que usó una caja de zapatos y cada que veía una bolita de pelos la guardaba en la caja, quería ver cuánto juntaba.

Y así pasó un mes, Ximena había juntado el cabello que encontraba por la casa, en los baños, en la sala, en los cepillos de su tíos, abuelos, de su mamá y hasta de las muñecas, su colección ya era considerable, ya tenía una pelota del tamaño de una esfera grande de navidad y una noche decidió sacarla y jugar con Larissa en el tapete que les había comprado su mamá, vestidas con sus piyamas y calcetines danzaban y se aventaban la pelota de pelos generando cada vez más electricidad estática al frotar sus calcetines con el tapete, toda esta energía se la pasaban a la bola de pelos cuando se la aventaban una a la otra, de repente ocurrió algo increíble, Ximena sintió una descarga que la hizo soltar la bola de pelos que al caer en el tapete comenzó a emitir pequeños rayos como los que se veían en el cielo en noches de tormentas pero en chiquito, la bola de pelos temblaba por sí sola, hacía ruidos extraños.

-Ñam, grrr, ñam, grrr…

-Hermana- dijo asustada Larissa, -esa cosa hace como "Pinky", la perrita salchicha que tenían de mascota.

-Si hermana, ven rápido, está creciendo- contestó Ximena mientras asustada abrazaba a su hermana.

La bola de pelos crecía rápidamente se transformaba y tomaba forma humanoide, ya se le podían ver brazos, piernas y una cabeza, pero era imposible adivinar si tenía ojos, boca, nariz u orejas, aquella cosa estaba parada frente a las hermanas Vargas-Barragan que temblaban de miedo sin saber qué hacer, entonces hicieron lo que todo el mundo asustado haría en su lugar, gritaron la primera palabra que se les vino a  la mente.

-¡Mamáaaaaaaaaaaaaa!

Inmediatamente aquella cosa se llevo las manos a donde deberían estar sus oídos porque como era todo de pelo no se podía distinguir, pero era obvio que el grito de las niñas le había aturdido.

Larissa gritaba -¡mamá apúrate, el monstruo de pelos nos va a comer!, de pronto apareció su mamá al rescate que al ver semejante aparición abrió los ojos como platos y se quedo sin habla, el monstruo de pelos extendió su mano y lanzó una especie de bola de pelos que le cubrió la boca a la mamá de las hermanas Vargas-Barragan, después, de su otra mano los dedos se le alargaron con grandes hebras de cabello que rodearon a la mamá de Ximena y Larissa como si de la presa de una araña se tratase enrollándola como momia en una prisión de pelo ocasionando que cayera pesada al piso, fue entonces que Ximena y Larissa supieron que era hora de correr al cuarto de los abuelos, sin perder tiempo corrieron lo más rápido que pudieron  y cuando llegaron con ellos cerraron la puerta con seguro, sacudiendo a los abuelos, que no entendían a qué se debía tanto alboroto pues ya casi estaban dormidos, trataban de entender a Larissa y a Ximena que solo decían palabras sin sentido a diestra y siniestra.

-¡Mamá!

-¡Monstruo!

-¡De pelos!

-¡Ya viene!

-¡Auxilio!

Sus palabras fueron interrumpidas por un fuerte golpe en la puerta, en un vaso de agua que estaba sobre el buró de la abuela se dibujaban las vibraciones de esos golpes, la abuela abrazó a Larissa y el abuelo abrazó a Ximena mientras una hebra de cabello se deslizaba como serpiente por debajo de la puerta buscando quitar el seguro de la puerta, los abuelos no podían creer lo que veían, parecía una escena de película de terror, las niñas gritaban y lloraban sin cesar, el monstruo gruñía del otro lado de la puerta y después de un par de intentos por fin logró quitar el seguro, al abrirse la puerta la sorpresa de los abuelo fue mayor, la abuela cayó desmayada, el abuelo se puso frente a sus nietas para defenderlas y encaró al ente frente a él con valentía, caminó en círculos de tal manera que aquella cosa despejara la puerta de la habitación, el abuelo se movía lentamente pero expectante, Ximena trataba de pensar en un plan que les ayudara a salir de aquel problema, no podía quitar de su cabeza la película del monstruo Frankenstein, entonces se le ocurrió algo, seguramente esa cosa también tenía un punto débil.

El abuelo, con la manos extendidas para cubrir a sus nietas, una vez que estuvo de espaldas a la puerta les dijo en voz baja a las hermanas Vargas–Barragan –Cuando yo cuente hasta tres van a correr lo más rápido que puedan- Ximena trataba de decirle algo a su abuelo.
-Abuelito…

-¡Uno!

-Espera creo saber...

-¡Dos!

-Solamente tenemos que usar...

-¡Tres!…corran, corran.

Entonces las niñas corrieron mientras el abuelo cerraba la puerta a sus espaldas quedándose encerrado con el monstruo en la habitación, las niñas detuvieron su carrera para ver qué ocurría con el abuelo pero un silencio repentino les dio un mal presentimiento,  temieron lo peor, la puerta se entreabrió y no pasaba nada, Ximena y Larissa agarradas de la mano temblaban esperando ver salir triunfante al abuelo, pero entonces una cosa peluda terminó de abrir la puerta y rugió fuertemente frente a las niñas que a la distancia reaccionaron con un grito -ahhhh-, Ximena jaló a Larissa y le dijo –hermana tengo una idea, vamos a la cocina, ¡corre!- los niñas bajaron la escalera tan rápido como pudieron y llegaron pronto a la cocina, inmediatamente Ximena comenzó a buscar algo entre los cajones, no era un trapo, no era un tenedor, no era un cuchillo, tampoco cucharas, el tiempo se acababa, dónde estaba lo que necesitaba, dónde, pero ya era demasiado tarde, Ximena que no podía ver, porque estaba de espaldas, supo que cuando Larissa le jaló el pantalón de la piyama era porque el monstruo de pelos ya estaba ahí, giró lentamente y lo miró temerosa pero decidida, la cosa peluda extendió sus dos brazos para agarrar a las niñas por sus cuellos y las levantó del suelo amenazante, Larissa gritaba-¡ayúdame hermana!, ¡ayúdame!-, mientras intentaba morder el brazo del monstruo peludo pero era inútil, la boca le había quedado llena de pelos, entonces Ximena, que hasta ese momento había tenido su mano derecha oculta en su espalda, le mostró  al ente de pelos lo que tenía en la mano, un encendedor que usaban para la estufa, antes de bajar las escaleras había recordado la ocasión en que durante una navidad tiraban "cuetes" con su papá, les había dejado una vela encendida para sus “chispitas” y por curiosidad había tomado cabello y al acercarlo al fuego vio cómo se quemaba despidiendo un olor como a chicharrón, por eso  Ximena imagino que si el monstruo hubiera tenido cara, justo en ese momento, estaría dibujando una expresión de miedo infinito al saberse derrotado, Ximena accionó el encendedor y el fuego se esparció casi al instante sobre el monstruo de pelos que las liberó inmediatamente mientras se quemaba en su totalidad, las niñas corrieron a ver a su mamá y a sus abuelos que yacían desmayados en sus cuartos pero a salvo.

Las hermanas Vargas-Barragan habían derrotado al monstruo de pelos, había sido una gran aventura, su mamá y abuelos no recordaban nada, y las niñas decidieron no comentar nada al respecto, estaban contentas de que todo hubiera regresado a la normalidad, pero entonces su mamá comenzó a buscar un aroma que le parecía extraño.

-Huele raro.

-Seguramente fue un “pidin” de Larissa mamá- dijo Ximena para desviar la atención.

-Huele como a chicharrón.

-Mi mamá tiene hambre-  dijo Larissa, siguiéndole el juego  a Ximena.

-Entonces vamos por unos taquitos de chicharrón- dijo el abuelo a lo que todos contestaron en coro con un gran –¡Siiiiiii!.


Fin.