Recuerdo perfectamente que de niños nuestros padres, cuando teníamos que salir por algún motivo, nos cuestinoban sobre si ya habíamos acudido a vaciar la vejiga o el intestino, cual fuese el caso, ya que ellos no iban a estar batallando por encontrar un baño a donde fuésemos, ya sea por higiene o economía ya que es bien sabido que algunos baños públicos no son beneficencia y cobran una pequeña retribución o costo de mantenimiento para poder usarlos.
Esa enseñanza cobra sentido conforme creces y el hábito de ir al baño en casa antes de salir habla bien de cualquier mujer u hombre que se considere previsor, y ahorrador, por aquello del cobro por el uso del baño.
Pero yo tengo cierto tipo de pánico de baño público, si, ustedes saben, el pudor hace que me bloquee, es como la gente que padece pánico escénico y no puede hablar frente a una audiencia, a ellos las palabras no les salen y en mi caso me cuesta desalojar el cuerpo, ya sea en líquido en sólido o en gaseoso; y es que estarán de acuerdo conmigo en que no es lo mismo aflojar el cuerpo en la comodidad de tu hogar que en la compañía de extraños, pero lo que debo aceptar es que a veces la necesidad es tan grande que nos vemos obligados a dejar colgado el pudor en la entrada del baño público so pena de sufrir una verdadera tragedia es decir, cagarla...o miarla, literalmente.
Y como buen Godín de hábitos oficinescos aquella mañana me empujé una jarra completa de café, la vejiga me pedía a gritos un desfogue de emergencia y yo buscaba con la mirada escrutiñadora un baño que me salvará la vida.
Ese día acompañaba a mi amigo a la Central de Abastos, territorio desconocido para mí, no es que nunca hubiese ido pero nunca me había urgido un baño como aquel momento, antes de que mi amigo se estacionara alcancé a ver uno pero dimos tantas vueltas que me desorienté y perdí mi oportunidad de salvar la situación por mí mismo, no me quedó otro remedio que preguntarle a mi amigo por el baño a lo que me respondió que caminara en la dirección que me señalaba, según sus indicaciones en ese rumbo encontraría una puerta de cristal y entraría a una habitación parecida a un antro, se me hizo exagerada esa descripción pero no lo tomé tan enserio pues mi apuro era conseguir un lugar donde desalojar la jarra de café que ya me andaba causando estragos.
Enfilé en la dirección indicada, caminé cuál competidor de caminata olímpica pero no tanto por la velocidad, más bien porque si lo han notado como que van apretando todo, como queriendo evitar que algo se les fugue del cuerpo, así tal cual me ocurría, podría haber sido peor, una diarrea por ejemplo, pero afortunadamente el único líquido que deseaba abandonar mi cuerpo era el café de la mañana.
Caminaba, apretaba y observaba, caminaba, apretaba y observaba y de pronto a mi derecha, ya casi me paso por cierto, miré la puerta descrita por mi amigo, entré y lo que ví parecía irreal, frente a mi, máquinas tragamonedas, a mi izquierda una serie de puertas en fila detrás de las cuales seguro se encontraban las tazas del baño, más a la izquierda aún, un escritorio sobre el cual se podían encontrar un extenso surtido de dulces y chicles, destrás del escritorio una señorita de semblante indiferente, casi al estilo de burócrata en ventanilla de licencias o algún otro trámite administrativo que con los años hace que le pierdas el amor a la humanidad, anonadado y créanme que no se me inundó nada, seguí recorriendo con la mirada aquel baño-casino que me pareció tan exótico y que para beneplácito de los usuarios, contaba con aire acondicionado.
Mi inspección ocular me permitió ver la lista de precios por el uso del servicio siendo la miada el primero en la lista y el que me interesó en ese momento, $ 5.00 por el uso del mingitorio, saqué un billete de $ 20.00 pesos y se lo entregué a la señorita, esta lo recibio casi de manera indiferente mientras tan solo hacía unos segundo estregaba a otro parroquiano un cuestionable fragmento de papel de baño.
La chica me miró como preguntando sin preguntar, ¿a qué vino?, entendí la indirecta y casi con voz de Manolín, dejando escapar un gallo, le dije que usaría el mingitorio, palabra que no pronuncie bien, me señaló la esquina de la habitación y detrás de una tímida pared se encontraba el objeto que haría descansar mi alma y mi vejiga.
No les voy a mentir, los primeros 5 segundos no salió nada, mi pánico de baño se apoderó de mí, además me daba pendiente que la señorita me fuera a ver mis cositas, digo, seguro estaba acostumbrada pero no quería desilucionarla, quise pensar que había visto cosas peores pero no estuve tan convencido y me consentré en desaguar el cuerpo.
Era imposible no cuestionarse sobre lo tortuoso que debía ser trabajar encerrado en un baño, sobre todo un baño al parecer mixto, y estar escuchando las peculiares expresiones corporales de totales desconocidos, y déjense de los conciertos, tener que lidiar con el conflicto de ahogar la risa o desbaratarse en alguna carcajada al escuchar alguna nota alta, o alguna exclamación de satisfacción de cuando los espíritus del mal abandanan nuestro cuerpo decadente y te regresa el alma al cuerpo, esa chica seguro cuenta con material suficiente para escribir un libro.
Una vez drenada mi vejiga, me acordé de mi cambio, no supe si dejarlo como propina pero al ver tres monedas de $ 5.00 apiladas sobre la tapa de uno uno de los frascos de dulce le pregunté a la señorita si era mío y dijo que sí, tome.mi cambio y de camino al vehículo de mi amigo me pregunté si en caso de haber tenido alguna dificultad para orinar el servicio de sanirario proporcionaba ayuda personalizada por parte de la "hostess" para solucionar una eventualidad así.
Por si tenían el pendiente, no jugué en las maquinitas traga monedas.